La isla de los condenados de Stig Dagerman
[...]; el espacio, esa laguna donde idílicos barcos de nubes se deslizan impulsados por los vientos; el espacio tal y como se nos muestra cuando todavía nos movemos exclusivamente en ese simple agujero en el planeta donde hemos nacido y nos hemos criado, donde hemos sido agredidos o agresores y donde vamos a morir a la mayor brevedad, ese espacio es tan solo una mentira para quien ha experimentado por entero su soledad inconmensurable, devoradora, amarga, encadenado a un campo de metal reluciente y sin nada que cubra o proteja, excepto la más intensa, la más sola de las desolaciones del espacio entero, cuya atroz extensión no nos atrevimos a considerar mientras vivíamos en nuestro agujero en el planeta; es como un pozo sin fondo, nos inclinamos más y más con la esperanza de ver agua, de ver algo concreto, no solo aquel vacío aterrador, y al final nos inclinamos tanto que nos caemos dentro, y entonces caemos y caemos toda la vida, sin conocer nada más que esa precipitación sin destino y nos morimos cayendo sin cesar y sin tener ningún fondo; en realidad, nos aniquilan durante la caída y nos engulle el vacío después de ese intento vano y ridículo de llenarlo de sentido, del sentido de la búsqueda de un fondo.
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