La isla de los condenados de Stig Dagerman
Tenía que quedarse y, aun así, huir: el dilema del paralítico. Tenía que ahuyentarla, a la única que, por no ser calculadora, por su deseo desinteresado de verlo vivir, aún era capaz de motivarlo para quedarse en lugar de huir: y él no quería que lo convenciera de que huir nunca servía de nada o de que alguna vez existió algo que justificara que se quedara. Detener una huida ya empezada es una empresa aterradora, en el instante en que la frenas se te cuelga alrededor del cuello algo así como una piedra de molino, todo aquello de lo que querías huir se te viene encima como una jauría de enormes perros mordedores que te pisotean el abdomen y te despedazan el cuerpo jadeante, hasta que se te salen las entrañas.
|