Capitanes intrépidos de
Rudyard Kipling
Hasta el final de sus días Harvey no olvidará aquel espectáculo. El sol acababa de remontarse sobre un horizonte que llevaban sin ver casi una semana y su luz rojiza bañaba el velamen de las tres flotillas de goletas que se encontraban ancladas allí: una al Norte, otra al Oeste y la tercera al Sur. Debía de haber casi un centenar, de todos los tipos y calados, incluyendo un velero francés de aparejo cruzado, todas cabeceando y haciendo reverencias a sus vecinas. De todos los barcos salían botes como salen las abejas de una colmena superpoblada. El clamor de voces, el ruido de cables y motones y el chapoteo de los remos llegaban a gran distancia por encima de las aguas ondulantes. A medida que el sol subía en el cielo, las velas se iban volviendo de todos los colores: negro, gris perla, blanco, a la vez que nuevos barcos surgían de la neblina que había hacia el Sur.