Capitanes intrépidos de Rudyard Kipling
Harvey Cheyne se movía de un lado a otro, alerta y silencioso, tras sus propios fines, y también, según decía él, tras la gloria y el progreso de su país. Le habló a su hijo de la fe que nunca lo abandonaba, aun cuando se encontró al borde de la desesperación. Una fe que provenía de conocer a los hombres y las cosas.
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