“En Ocampo, durante los días de la feria se compra y se vende de todo: incienso, cirios pascuales, milagritos de plata, triduos, caballos, gallos de pelea, una yunta de bueyes, una mujer.” Aunque ya lo he dicho varias veces, y así lo reflejo en mi perfil, quiero también dejar claro aquí que mis estrellas no son reflejo de las cualidades literarias de las obras, carezco de los conocimientos necesarios, sino del placer que de su lectura obtengo y de aquellas características que según mi gusto particularísimo me lo procuran, y en nada contribuye a ese placer lo novedosa que la novela pudiera ser en su momento, como parece ser el caso de esta crónica policial novelada a la que tanta importancia dan aquellos que de verdad saben de estas cosas. Y digo esto porque, siento decirlo, la novela me ha parecido meramente entretenida, un sin más. “Las Baladro inauguraron el Casino del Danzón en la noche del 15 de septiembre de 1961. Entre los que asistieron a la fiesta estaban el licenciado Canales, secretario particular del Gobernador en el Estado del Plan de Abajo… Cuando hubo silencio, el licenciado Canales agitó la bandera y gritó lo siguiente: —¡Viva México, viva la Independencia Nacional, vivan los Héroes que nos dieron libertad, vivan las hermanas Baladro, viva el Casino del Danzón!” Y lo siento porque a la novela no le faltan virtudes desde este particular gusto mío, no siendo una de las menores el que el autor quisiera dar voz tanto a las víctimas del atroz suceso que como a las que lo perpetraron a la sombra de poderosos, cómplices y clientes, para retratar un México, que bien podría ser cualquier otro país del mundo, corrupto, hipócrita y machista, donde sus gentes, fundamentalmente las mujeres, viven en el oscurantismo de una religión supersticiosa e ignorantes de sus más fundamentales derechos. “… la historia brinca a la feria de Ocampo. A esta feria asiste mucha gente devota, que va a cumplir mandas hechas a la Virgen de Ocampo. Unos, por hacer penitencia, bajan cargando vigas desde la Ermita —que es donde está el manantial de aguas milagrosas—, otros caminan descalzos un trecho sobre pencas de nopal, las mujeres cruzan de rodillas el atrio del santuario, que tiene piso de piedra pómez y cien metros de largo. El caso es llegar sangrando ante la imagen venerada: sólo así se tiene la seguridad de que ha sido uno perdonado o de que se le va a conceder el milagro.” Pero el caso es que la novela solo me ha gustado moderadamente, y en su haber tengo que resaltar la irónica sencillez con la que el autor ha tratado este escabroso tema de mujeres atraídas con engaños y obligadas como esclavas a ejercer la prostitución, o el desenfado con el que se narra la extraña naturalidad con la que todos parecen vivir tal situación, desde las propias víctimas o sus familiares, hasta las madrotas, sus cómplices, y, por supuesto, los clientes de todo tipo. Una naturalidad que se rompe, casi por casualidad, para dar lugar a una escalada grotesca y terrible de asesinatos, de cuya crónica emana un humor negro del que, con gran habilidad por parte del autor, el cronista no parece ser consciente a pesar de la clara vertiente cómica de algunos de los sucesos o de lo paródico de algunos interrogatorios, como si el autor quisiera hacernos ver que no hace falta hacer chistes a la vida, que ella ya es chiste suficiente y muchas veces negrísimo. “Arcángela estaba a punto de preguntar "¿qué pasa?" cuando oyó, primero un golpe sonoro —nalga contra barandal—, después un crujido —el barandal se desprende—, golpe reverberante —barandal contra el piso—, golpe seco —cabezas contra cemento.” Pues eso, que no hubo conexión, y les aseguro que lo siento. + Leer más |