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El color del silencio de Elia Barceló
El dinero no dará la felicidad -le había dicho él con un guiño-, pero compra cosas que se le parecen mucho.
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El color del silencio de Elia Barceló
El dinero no dará la felicidad -le había dicho él con un guiño-, pero compra cosas que se le parecen mucho.
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El color del silencio de Elia Barceló
Alicia era la muerta y los muertos ya no pueden decepcionar a nadie. Los muertos se quedan para siempre congelados en sus virtudes, en los recuerdos más luminosos, mientras que los vivos cambian, evolucionan, toman decisiones, se separan, se alejan, te abandonan.
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El color del silencio de Elia Barceló
Esa perplejidad de darte cuenta casi de golpe de que eso ha sido todo, de que apenas te queda futuro, sobre todo si lo comparas con la cantidad de pasado que hay detrás de ti; esa desagradable sorpresa de saberte vieja, por muy joven que te sientas por dentro. Te habrás dado cuenta ya de que ese tipo de "revelaciones" -me refiero a lo de mirarte de refilón en un espejo y no reconocerte por unos segundos en esa anciana que te devuelve la mirada- viene como un relámpago, no poco a poco como uno supone de joven que le sucederá.
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El color del silencio de Elia Barceló
El problema era que no quería escribirle, que detestaba hacerlo, que no tenía paciencia ni la había tenido nunca para poner sus palabras por escrito una tras otra; aparte de que, una vez escritas se quedaban así, congeladas en ese orden y con esa lógica, atrapadas en la sintaxis, fosilizadas para siempre. Y todo lo que no había sido escrito no contaba, no existía, desaparecía para siempre.
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El color del silencio de Elia Barceló
Narrar recuerdos, cuando no hay más que un narrador, es escribir ficción. El pasado se inventa, tú lo sabes.
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El color del silencio de Elia Barceló
A partir de cierta edad las mujeres empezamos a producir más testosterona y nos volvemos más masculinas. Así asquirimos muchas de las cualidades de vuestro sexo que antes nos habrían avergonzado.
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El color del silencio de Elia Barceló
Los seres humanos tenemos la absurda necesidad, especialmente cuando se acerca el final, de encontrar la coherencia en nuestra vida, de comprender la lógica de nuestras acciones, de cerrar círculos.
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El color del silencio de Elia Barceló
Una vez una cantante de ópera anciana con la que coincidió en una cena le dijo que en el camino de subida era conveniente tratar bien a las personas con las que te ibas encontrando en tu vida profesional porque, más tarde, en el camino de bajada, esas personas podrían ser almohadones que acolcharan los peldaños del descenso.
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El secreto del orfebre de Elia Barceló
Si mi mente me ofrecía el espectáculo de un tiempo casi perdido en las profundidades de la memoria, debía disfrutarlo mientras durara, sin pararme a pensar.
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El secreto del orfebre de Elia Barceló
Con esas manos hábiles y finas que sabían sacar lo mejor de mi cuerpo.
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Consecuencias naturales de Elia Barceló
Lo que nadie podía habérsele ocurrido era que un macho humano pudiera encontrarse en la situación que durante miles de año había sido tristemente normal para todas las mujeres del planeta: tener que llevar a término un embarazo no deseado sin contar si quiera con el consuelo de sentirse apoyada por una pareja.
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Consecuencias naturales de Elia Barceló
Si había una mujer, una única mujer, sería suya. Ya ni siquiera le importaba lo fea que pudiera ser. Lo importante era que él sería el primer humano en…
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Consecuencias naturales de Elia Barceló
Era la primera vez que iba a encontrarse cara a cara con seres de otro mundo y, aunque sabía que de aspecto eran casi del todo humanos, la idea le intranquilizaba considerablemente.
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El eco de la piel de Elia Barceló
Porque, aunque todo historiador intelgente sabe que la histiria es anulación o al menos construcción de rompecabezas coherentes a partir de las piezas que uno encuentra, ningún historiador lo diría en voz alta si quería seguir trabajando, sobre todo en ambientes académicos
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Hijos de Atlantis de Elia Barceló
—¿Yo? ¿Cómo? —Creo que tú puedes ayudarnos. Aun no sé cómo. Pero lo primero es preguntarte si quieres ayudar, si estás dispuesta a hacer lo que sea necesario para que karah sobreviva. —Primero es karah —dijo sin pensar, sorprendiéndose a sí misma por lo automático de la respuesta. —Así es. Y tú eres karah. —Solo a medias, Él. |
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Hijos de Atlantis de Elia Barceló
—No tienes que tener miedo, Lena. Dejáme ayudarte. —Nils tenía las manos sobre los hombros de ella y la miraba intensamente, como si todo lo que los rodeaba hubiera perdido su importancia. Lena le sonrió, aceptando. Era bueno estar con alguien, estar con él, sentir que él quería cuidarla, quererla—. A todo esto, honorable conclánida —dijo Nils con una sonrisa juguetona, cambiando de tono—, nos estamos mojando seriamente. ¿Y si vamos a algún lugar donde no llueva y nos ponemos ropa seca? —La lluvia violeta no moja, Lenny. Cura el alma. —¿Lluvia violeta? |
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El color del silencio de Elia Barceló
Ayer soñé con La Mora. Era uno de esos sueños que al principio no se distinguen de la realidad y a la vez son como los sueños de descubrimiento, que producen esa euforia no solo del reencuentro con lo muy amado, sino de maravillado asombro por todo lo que es nuevo, lo que siempre estuvo allí y uno no fue capaz de ver entonces.
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El caso del crimen de la ópera de Elia Barceló
Siempre citaba una máxima victoriana: "Una mujer nunca está lo suficientemente delgada". Llegué a tener miedo por ella, pero últimamente él tenía otras cosas en la cabeza y la dejaba en paz. De todos modos, hace siglos que mi mamá se acostumbró a comer apenas.
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El secreto del orfebre de Elia Barceló
El dolor concede a algunas personas la sabiduría que la inocencia niega.
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El secreto del orfebre de Elia Barceló
Las cuatro de la mañana. Últimos de diciembre. Escribo ahora para mí, a mano, con mi menuda letra de orfebre, en este piso recién alquilado, semivacío, mientras la nieve cae mansamente tras de los cristales sobre esta calle Clinton, en la que ya no suena la música de la que hablaba Cohen. Escribo para mí. No hay nadie más. No hay nadie más ahora que no está Celia. |
Romeo Montesco y ...