Hijos de Atlantis de Elia Barceló
—No tienes que tener miedo, Lena. Dejáme ayudarte. —Nils tenía las manos sobre los hombros de ella y la miraba intensamente, como si todo lo que los rodeaba hubiera perdido su importancia. Lena le sonrió, aceptando. Era bueno estar con alguien, estar con él, sentir que él quería cuidarla, quererla—. A todo esto, honorable conclánida —dijo Nils con una sonrisa juguetona, cambiando de tono—, nos estamos mojando seriamente. ¿Y si vamos a algún lugar donde no llueva y nos ponemos ropa seca? —La lluvia violeta no moja, Lenny. Cura el alma. —¿Lluvia violeta? |