Cordeluna de
Elia Barceló
Se preguntó, como tantas veces, por qué Dios había impuesto ese castigo a las mujeres, por qué, siendo como eran más listas y más fuertes que ellos, tenían que estar siempre supeditadas a los varones, pasando por el horrible dolor de los partos; por el más horrible todavía de perderlos aún niños, o ya adultos, en combate; por la espantosa humillación de no poder decidir nunca sobre su propia vida: primero atadas al padre, luego al marido, luego a un hijo, o a un hermano.
Brianda no creía que aquello hubiera sido una decisión divina. Aquel injusto reparto de tareas no podía ser voluntad de Dios. Y lo que resultaba evidente era que, aunque nunca pudieran librarse del dolor que les imponía la naturaleza de sus cuerpos, todas las otras humillaciones eran una decisión masculina. Los guerreros eran hombres, los clérigos eran hombres, los reyes casi siempre eran hombres. Y todos ellos temían a las mujeres; por eso trataban de mantenerlas en la ignorancia y les robaban la voz y la voluntad.