Un soplo de vida de Clarice Lispector
[...] Por dentro siempre me he perseguido. Me he vuelto intolerable para mí misma. Vivo en una dualidad desgarradora. Tengo una libertad aparente: estoy presa dentro de mí.
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Un soplo de vida de Clarice Lispector
[...] Por dentro siempre me he perseguido. Me he vuelto intolerable para mí misma. Vivo en una dualidad desgarradora. Tengo una libertad aparente: estoy presa dentro de mí.
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Un soplo de vida de Clarice Lispector
Mi vida es un gran desastre. Es un desencuentro cruel, es una casa vacía. Pero tiene un perro dentro ladrando.
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Un soplo de vida de Clarice Lispector
Tengo que comenzar por aceptarme y no sentir el horror punitivo del cada vez que caigo, pues cuando caigo la raza humana cae también conmigo. ¿Aceptarme plenamente? Es una violencia contra mi vida.
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Cerca del corazón salvaje de Clarice Lispector
Dio una carrerita y se paró, mirando sin curiosidad las pare‑ des y el techo que rodaban y se desmoronaban. Anduvo de pun‑ tillas pisando las tablas oscuras. Cerró los ojos y empezó a an‑ dar con las manos extendidas hasta encontrar un mueble. Entre ella y los objetos había siempre alguna cosa, pero cuando cogía aquella cosa con la mano, como si fuera una mosca, y después la miraba —tomando grandes precauciones para que no se esca‑ pase—, encontraba solo su propia mano, rosa y decepcionada. ¡Ya lo sé, es el aire, el aire! Pero no servía de nada aquello, nada explicaba. Ese era uno de sus secretos. Nunca se permitiría con‑ tarle a nadie, ni siquiera a papá, que no conseguía nunca agarrar «aquella cosa». Lo que de verdad más le interesaba no lo podía contar. Solo decía tonterías cuando hablaba con las personas. Cuando le contaba, por ejemplo, algunos secretos a Rute, luego la odiaba. Lo mejor era callar.
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La hora de la estrella de Clarice Lispector
En términos generales, no se preocupaba por su futuro: tener futuro era un lujo.
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La hora de la estrella de Clarice Lispector
Cada día es un día robado a la muerte. Yo no soy un intelectual, escribo con el cuerpo.
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La hora de la estrella de Clarice Lispector
Soy un hombre que tiene más dinero que los que pasan hambre, lo que me convierte de algún modo en alguien deshonesto. Yo sólo miento en la hora exacta de la mentira. Pero cuando escribo no miento. ¿Qué más? Sí, no tengo clase social, marginal que soy. La clase alta me tiene como un monstruo raro, la clase media desconfía de que yo pueda desequilibrarla, la clase baja nunca viene a mí.
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La hora de la estrella de Clarice Lispector
Está claro que, como todo escritor, estoy tentado a usar términos suculentos: conozco adjetivos esplendorosos, carnosos sustantivos y verbos tan elegantes que atraviesan agudos el aire en busca de acción, ya que la palabra es acción, ¿o no están de acuerdo? Pero no voy a adornar la palabra porque si llego a tocar en el pan de la muchacha, el pan se convertirá en oro y la joven (ella tiene diecinueve años) y la joven no podría morderlo y moriría de hambre. Tengo entonces que hablar de un modo sencillo para captar su delicada y vaga existencia.
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La hora de la estrella de Clarice Lispector
Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres. Escribo porque soy un desesperado y estoy cansado, no aguanto más la rutina de serme y si no fuese la sempiterna novedad de escribir, me moriría simbólicamente todos los días.
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La hora de la estrella de Clarice Lispector
Me dedico a la nostalgia de mi antigua pobreza, cuando todo era más sobrio y digno y todavía jamás había comido langosta.
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Felicidad clandestina de Clarice Lispector
Así, cuando emergía, era una criada. A quien llamaban constantemente desde la oscuridad de su atajo para funciones menores, para lavar la ropa, secar el piso, servir a unos y a otros. ¿Pero servía realmente? Pues si alguien prestase atención, vería que ella lavaba la ropa - al sol; que secaba el piso - mojado por la lluvia; que extendía las sábanas - al viento. Ella se las arreglaba para servir mucho más remotamente, a otros dioses. Siempre con la entereza de espíritu que había traído del bosque. Sin un pensamiento: apenas cuerpo en movimiento calmo, rostro pleno de una suave esperanza que nadie da y nadie quita. (La criada) |
Gregorio Samsa es un ...