Desde pequeñito me llamaban hijo del diablo y decían que en Navidad nunca nacería para mí el Niño Jesús y sí el diablo en persona. Pues, si no nació, en aquel momento me acompañaba. Se había vuelto mi amigo íntimo y «maestro».
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Desde pequeñito me llamaban hijo del diablo y decían que en Navidad nunca nacería para mí el Niño Jesús y sí el diablo en persona. Pues, si no nació, en aquel momento me acompañaba. Se había vuelto mi amigo íntimo y «maestro».
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Cuando abrí la ventana del cuarto, vi que era «otro» día, pero extrañamente se asemejaba al anterior. Solo, que el corazón estaba más fuerte y decidido, sobre todo a que aquel día fuera igual a muchos que seguirían. Vestirme, sentarme a la mesa, responder con monosílabos y nunca levantar la vista hacia él.
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Has encendido y has calentado mi sol con esperanzas.
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Nadie podía pelear con Dios: ni siquiera Tarzán con todos los elefantes de África. Dios era algo demasiado enorme y que llevaba siempre la mejor parte. Además, había hecho muy bonita la vida, con los árboles, el cielo azul, con el mar inacabable y que vivía balanceándose en la red de las olas. Mi corazón se angustió. «No hablaba en serio, ¿eh, Dios? Vivir sin ti en el corazón debe de ser muy duro». |
—Son cosas de la vida. Intenta olvidar. Cierra los ojos. ¿Por qué no pruebas a rezar? —¿Para qué? Hoy estoy un poco mal con Dios. —¿De qué sirve? Saldrás perdiendo. |
Peor ha sido a la hora de cenar. Parecía que estuviéramos comiendo en el cementerio. Un silencio que te helaba la sangre. La comida se negaba a pasar de la garganta. El tiempo parecía eterno.
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—(…) yo voy a olvidar, a intentar olvidar, porque no creo en el perdón. —¿Y cuál es la diferencia entre olvidar y perdonar? —Es la de que, al perdonar, se olvida todo y solo olvidando muchas veces se vuelve a recordar. |
—(…) No quiero saber nada más de nada. Quiero morir, desaparecer. Acopié fuerzas y extendí la mano hacia él. —¿Por qué no me la das, Fayolle? ¿Por qué no me devuelves mi piedrecita azul? ¿De qué sirve seguir viviendo? Vivir, ¿para qué? |
¡El dolor era algo insoportable! ¿Por qué no me daba un dolorazo enorme de una vez, que pasara y se acabase?
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El mundo había perdido todo el sentido humano. Todo me oprimía con tal brutalidad, que perdía la noción de las cosas. Solo pensaba en aquello que me consumía por dentro. El dolor reapareció más intenso y dejé caer la cabeza sobre el pupitre con el deseo de ocultarme, morir, desaparecer.
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Nombre de la runa para curar las heridas