Continúo revisando lo escrito y reconfirmo que lo que escribía y lo que escribo ahora no dejan de ser borradores, ensayos de aprendiz que se han repetido una y otra vez. Soy una especie de máquina diseñada para unir palabras: palabras que se vuelven líneas, líneas que se vuelven páginas y paginas que se vuelven libros y libros que son el principio de otros libros, de otras páginas, de otras líneas y de otras palabras. Con las muchas páginas tiradas al cesto de la basura, he aprendido que la escritura se ejerce en un acto de provocación: escribe el que se desafía a sí mismo, el que es incapaz de ser razonable, de mantenerse en equilibrio; el que se tambalea sobre sus propios pasos e intuye que habita la irrealidad y al escribir busca lo perdido, lo que cree que le pertenece.