Creo que también los muertos vuelven de sus tumbas, no importa que lo hagan en el mismo o en otro cuerpo: Virginia Woolf escribe de nuevo sentada frente a su mesa de trabajo y pueden pasar siglos, miles de años y nunca termina de escribir. Sylvia Plath lo hace de nuevo, lo repite un año cada diez: , quiere creer -al igual que Lady Lazarus- que en su destino está escrito el regreso. ¡Bah! ¡Qué poca cosa es la muerte! voy a dormirme y asunto concluido, piensa Emma Bovary, antes de que el arsénico comience a devorarle las entrañas, sin intuir que padecerá por siglos sus estertores de moribunda. Anna Karenina se arroja una y otra vez bajo las ruedas del tren; y, entre todas ellas, la suicida más bella, la más glamorosa: mi madre. ¿Cómo olvidarla?