Existen quienes nos hacen tocar el cielo, pero también nos llevan al borde del abismo, y un día, atraídos por el vacío, no tenemos más opción que arrojarnos...
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Existen quienes nos hacen tocar el cielo, pero también nos llevan al borde del abismo, y un día, atraídos por el vacío, no tenemos más opción que arrojarnos...
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Sé que todo beso es siempre el primer beso y aunque unos labios me hayan besado mil veces, cada beso es único y por lo tanto distinto al anterior, por eso no es fácil saber si son los mismos labios los que me besan o son otros. Tengo la sensación de que cada vez que mis labios son tocados por otros labios, el contacto no se repetirá de nuevo o al menos no de la misma forma y los labios de Andrev Vladivostok me han besado durante siglos y un olor a bosque húmedo le sale del cuerpo.
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Respiro al sentir que la vida se puede ir en cualquier instante y no quiero detenerme, intuyo que caminar -como escribir- me salva no solo de la rutina de vivir, sino de la muerte -supongo que mientras camine o escriba no podrá detenerme o al menos no le será fácil-.
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Creo que también los muertos vuelven de sus tumbas, no importa que lo hagan en el mismo o en otro cuerpo: Virginia Woolf escribe de nuevo sentada frente a su mesa de trabajo y pueden pasar siglos, miles de años y nunca termina de escribir. Sylvia Plath lo hace de nuevo, lo repite un año cada diez: , quiere creer -al igual que Lady Lazarus- que en su destino está escrito el regreso. ¡Bah! ¡Qué poca cosa es la muerte! voy a dormirme y asunto concluido, piensa Emma Bovary, antes de que el arsénico comience a devorarle las entrañas, sin intuir que padecerá por siglos sus estertores de moribunda. Anna Karenina se arroja una y otra vez bajo las ruedas del tren; y, entre todas ellas, la suicida más bella, la más glamorosa: mi madre. ¿Cómo olvidarla?
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Concha Urquiza -cansada de la simplicidad terrena- nada mar adentro y se deja llevar por las olas. Sylvia Plath -enferma de celos y de amor- cierra la puerta del cuarto de sus hijos, les deja servido el desayuno y en un afán de reconciliación con la vida -antes de abrir la llave del gas y aspirarlo a través del horno de la estufa- escribe su último poema. Anne Sexton, después de haber experimentado todas la terapias habidas y por haber, se suicida una tarde del mes de octubre, cuando las mariposas ya se han ido de su jardín.
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Pienso en personajes como Virginia Woolf, en el momento exacto en que por primera vez en meses o posiblemente años, con la pluma todavía en las manos, después de llenar con su letra diminuta las hojas en blanco de decenas de cuadernos, sale de su encierro voluntario: camina río arriba, río abajo y el viento frío le paraliza los huesos; siente el vacío en las bolsas de su abrigo, lo llena con piedras y se sumerge en el agua; mientras los aviones de guerra arrojan bombas, hacen piruetas en el aire y ella se pregunta, ¿qué sentido tiene vivir cercenada por la angustia? Y sin esperar respuesta se sumerge en lo más profundo del río y se deja arrastrar por la corriente.
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Después de todo, un muerto, desde el momento en que ha dejado de estremecerse y palpitar en nuestros brazos, no significa demasiado: morir es esfumarse, desaparecer, dejar de ser cuerpo y pasar a ser ausencia; espectro, sombra o como mejor queramos llamarle.
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Desde luego para escribir se requiere no sólo la cabeza y la imaginación sino el cuerpo entero. Todo es necesario en el momento de la escritura y un escritor que no sea capaz de conjuntar el cerebro y los sentidos en su tarea sólo tendrá resultados mediocres en lo que escriba y sus textos estarán destinados al simple entretenimiento del lector.
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Quien diga que los fantasmas pueden verse, está en lo cierto. Cada uno de nosotros es el fantasma de otro fantasma. Habitamos una casa ya habitada y somos el disfraz de nosotros mismos. Narciso se fascina con su imagen y al darse cuenta de que su doble está detrás del espejo de agua, se sumerge cada vez más hondo sin posibilidades de volver a la superficie. Escribo y no soy yo la que escribe. Una voz que se confunde con la mía y me dicta al oído las palabras y todo sucede porque así ha sido previamente escrito.
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Soy una escritora y como tal estoy acostumbrada a dar cuerpo a diferentes personajes que yo nunca seré. Estoy segura de que sólo sobre el papel en blanco y a través de la escritura es posible tocar la eternidad. Todo escritor debe aspirar a morir escribiendo sobre la hoja en blanco o en la pantalla de la computadora.
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¿Qué objetousaron como traslador en el Mundial de Quidditch?