se nos ha arrancado esa confianza tranquila en el porvenir que es la fuente más segura de degeneración; deben las ciencias a estos sucesos inapreciables dones y han contribuido considerablemente al progreso de la solidaridad entre los hombres.
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se nos ha arrancado esa confianza tranquila en el porvenir que es la fuente más segura de degeneración; deben las ciencias a estos sucesos inapreciables dones y han contribuido considerablemente al progreso de la solidaridad entre los hombres.
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He de confesar que la violencia y los peligros de aquellos días han dejado en mi espíritu permanente sensación de inseguridad y de duda. Me siento a escribir en mi despacho, a la luz de la lámpara, y de pronto vuelvo a ver el valle al pie de mi ventana cubierto de llamas retorcidas y me parece vacía y desolada la casa que me rodea.
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Al precio de millones y millones de muertes ha pagado el hombre su posesión hereditaria del globo terrestre; le pertenece contra todos los intrusos; le pertenecería aunque fueran los marcianos diez veces más potentes. Porque los hombres no viven ni mueren en vano.
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¿Para qué sirve la religión sino para las grandes calamidades? Piense en los daños que han causado antes de ahora a los hombres terremotos e inundaciones, guerras y volcanes. ¿Por qué iba a exceptuar Dios a Weybridge…? No es agente de seguros.
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El pánico se me había caído del cuerpo cual si fuera una capa. Estaba sin sombrero y con el cuello suelto. Momentos antes sólo había para mí tres cosas reales: la inmensidad de la noche, del espacio y de la naturaleza —mi propia debilidad y angustia— y la inmediata proximidad de la muerte. Ahora me figuraba que algo había dado la vuelta, que el punto de vista se había trasladado bruscamente. Pasé de un estado de ánimo a otro sin transición sensible. Era de nuevo el mismo hombre de siempre, el pacífico ciudadano habitual. La pradera silenciosa, el móvil de mi fuga y los incendios repentinos se me antojaron cosa de sueño. Me preguntaba si tales cosas habían ocurrido realmente. Y no quería creerlo.
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No era una marcha disciplinada, sino una fuga loca, un terror pánico, gigantesco y terrible, sin orden y sin fin; seis millones de personas desprovistas de armas y de víveres, que corrían de cabeza. Era el comienzo de la derrota de la civilización, de la matanza de la humanidad.
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Antes de juzgarlos con excesiva severidad debemos recordar que nuestra propia especie ha destruido completa y bárbaramente, no solo especies animales, como la del bisonte y la del dodo, sino también razas humanas inferiores. Los tasmanios, a despecho de su figura humana, fueron enterramente boorados de la existencia en una guerra exterminadora de cincuenta años que emprendieron los inmigrantes europeos. ¿Somos tan grandes apóstoles de misericordia como para arrogarnos el derecho a queja porque los marcianos combatieron con ese mismo espíritu?
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No sé cómo describirlo. Era un trípode monstruoso, rebasaba el alto de muchas casas, y pasaba sobre los pinos y los destrozaba a su camino; una máquina ambulante de brillante metal, que avanzaba ahora por entre los brezos; de la misma salían cuerdas de acero articuladas y el ruido escandaloso de su andar se mezclaba con el rugido de los truenos.
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Los marcianos serán una bendición para ellos. Bonitas jaulas, bien aireadas; alimentos de primera; nada de preocupaciones. Después de una semana de andar corriendo por los campos sin nada de comer, irán por su propia voluntad a que los capturen. Al cabo de un tiempo estarán contentos y se preguntarán qué hacía la gente antes de que los marcianos se hicieran cargo de las cosas.
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La muerte no es cosa tan horrible: es el miedo lo que la hace tan antipática
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Novela de ciencia ficción, escrita por Richard Matheson, en 1975 se titula: "En algún lugar del _________"