La guerra de los mundos de H.G. Wells
El pánico se me había caído del cuerpo cual si fuera una capa. Estaba sin sombrero y con el cuello suelto. Momentos antes sólo había para mí tres cosas reales: la inmensidad de la noche, del espacio y de la naturaleza —mi propia debilidad y angustia— y la inmediata proximidad de la muerte. Ahora me figuraba que algo había dado la vuelta, que el punto de vista se había trasladado bruscamente. Pasé de un estado de ánimo a otro sin transición sensible. Era de nuevo el mismo hombre de siempre, el pacífico ciudadano habitual. La pradera silenciosa, el móvil de mi fuga y los incendios repentinos se me antojaron cosa de sueño. Me preguntaba si tales cosas habían ocurrido realmente. Y no quería creerlo.
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