El tiempo no era un tunel que se perdia en el infinito. Era maleable, y no fijo, hasta este preciso segundo del presente.
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El tiempo no era un tunel que se perdia en el infinito. Era maleable, y no fijo, hasta este preciso segundo del presente.
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Aunque permanecía con los pies en la tierra, la libertad que sentía en el alma la hacía volar.
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—Frente a ti, sólo debería estar de rodillas. Frente a ti... yo siempre debería inclinarme. [...]
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—Quisiera despertar siempre así, bañado por la luz de tu mirada y tu aroma.
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¿Quién escribió la saga?