Como si existiese el perdón

¡Qué maravilla! Esa sensación de cerrar un libro y suspirar con ganas de abrazarlo porque acaba de regalarte un día inolvidable. Porque un día es lo que te dura esta lectura, no sólo por su corta extensión sino por el enganche que genera.

Nos traslada a la esencia de la literatura gauchesca, con sus espacios abiertos, las costumbres y vidas sencillas, esos deliciosos monólogos e incluso algo de crítica social.

Como centro de la historia hay una venganza. Una venganza que, paradójicamente, nace de otra venganza y que como es de esperar no será ni fácil ni gratis. Con escenas casi cinematográficas (recuerdo la despedida de Miranda) y un estilo sencillo, el ritmo es trepidante y, a pesar de sus cortos capítulos, es dificilísimo parar de leer. La habilidad de Travacio para transmitir el discurso de Manoel, el protagonista, y enmarcarlo en este lipo de literatura es magnífico.
Encontramos personajes que se traga la tierra, esa tierra que no conoce la lluvia, que se levanta y no deja ver y que borra todo rastro posible.

Y como ya desde el título se nos advierte, en algunas ocasiones el perdón es difícil de lograr, pero a la par que acompañamos en esta historia de venganza no debemos perder la esperanza de la redención. Una historia redonda, pero también seca, dura y valiente, como esas llanuras.

Si alguna vez necesitais un libro de los que atrapa desde el primer momento, que os reconcilie con la literatura y os dé algo diferente, acordaos de este.

Es curioso cómo en un libro de apenas ciento cincuenta páginas puede condensarse una historia de rencor y venganza. Travacio no pierde el tiempo, apunta certera al centro de la narración con la única licencia de una ambientación western que hará las delicias de los que buscan proyectar en su imaginación escenarios diferentes, no urbanizados.

Pese a la brevedad del libro, hay un paladeo terroso de los diferentes escenarios y momentos donde transcurren los pensamientos de Manoel y el Tano, una pugna frenética entre sentir la tierra bajo tus pies o devorar y desgajar las páginas para poder ver el final.

Es precisamente la escasa longitud de sus capítulos lo que induce a la fluidez y a la chispa de su ritmo. En cada punto y aparte hay un dique de contención a la curiosidad que fracasa estrepitosamente.

La premisa es sencilla pero suficiente para justificar la urgencia: un asesinato inesperado trae consigo un malentendido que removerá las luchas entre familias, los recuerdos, la fragilidad de los vínculos entre la violencia y la paz.

Hay críticas que le atribuyen un planteamiento cercano a la literatura gauchesca, de personajes que viven al margen de las leyes y cuyas pautas de comportamiento difieren de lo presuntamente establecido y en cierto modo eso podemos ver en la familia que aúna el conflicto en la obra.

Me encanta descubrir voces nuevas como la de Mariana Travacio y comprobar, así como la vasta extensión del desierto, que la narrativa no se ha estancado y que, por esta vez, no nos va a pedir perdón.

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Una tierra inhóspita, una frontera moral y la venganza. Como motor o combustible que consume. Western argentino, calor, odio, tierra seca, vidas intensas y dos mundos, dos climas contrapuestos. Estos son los mimbres con los cuales Mariana Travacio, escritora argentina, trenza una novela dura, intensa y violenta que late en cada párrafo. Nos arrastra en un torrente de frases cortas, filosas como cuchillo gaucho; descripciones hipnóticas e imágenes poéticas de sangre, sudor y barro.

Publicada primero en Argentina por la editorial Metalúcida (2016), nos la acerca por estos lares la inquieta y curiosa editorial Las Afueras. Comienza la historia con un mal entendido, lo que parece una muerte absurda que desencadena el odio y la revancha. Los dos personajes principales, aunque es una novela bastante coral, huyen y van fraguando lo que será un desquite azuzado por el resentimiento. Cada personaje sale al encuentro de una pérdida, un olvido, un anhelo. Todo ello bañado por un transcurrir demorado del tiempo, con sus mates, sus charlas y aspiraciones futuras.

Tano y Manoel huyen a casa de la hermana del primero. Rumian su desdicha y conocemos el trasfondo de la primera muerte. Comienza la previsión, el trabajo de herrería, las dudas y, finalmente, la decisión del ajuste de cuentas.

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Porque me gusta el estilo narrativo, la historia, que desde el principio te engancha pero bien.
Porque me gustan los personajes, sencillos, honestos y duros, como sus vidas en esas tierras argentinas donde arena y agua a veces se juntan. Donde hay casas medio derruidas, amigos que se cubren y se cuidan, familiares que ya no están porque fueron buscando una vida "mejor", vaqueros buscando a su hermano...
Porque me gusta Manoel, el protagonista, y sus silencios y lealtades.

Así que sí, lo recomiendo...

Hay que ser un gran contador de historias para que las dos primeras páginas de un libro sorprendan al lector. Y más aún para que las dos siguientes lo pongan en situación sin apenas darse cuenta. Sobre todo cuando esa situación recuerda tanto a las mil veces repetidas en las antiguas películas del Oeste.
Mariana Travacio nos lleva hacia esa atmósfera de odios antiguos, de los que no se olvidan, de los que no se limpian. Quizá porque, en el lugar al que nos arrastra, no llueve nunca. Lo único que hay allí es polvo que no asienta, que se levanta y despierta sentimientos no de justicia, el odio no se conforma con tan poco, sino de venganza. Venganza que restará sitio a lo que algunos llaman perdón.

Historia muy breve que se lee en un suspiro, pero quizás porque engancha y hace muy difícil apartar los ojos de sus páginas. Es un western atemporal que a mi me recordó a los paisajes del Norte Chico de Chile. Está narrado de manera muy hábil, con capítulos mínimos que provocan que por una parte uno quiera saber más mientras la boca se va llenando de polvo y tierra seca, y por otra parte se desee que no se termine nunca, más que nada porque se intuye que todo conduce a algo que irremediablemente no nos va agustar nada.