Hay que ser un gran contador de historias para que las dos primeras páginas de un libro sorprendan al lector. Y más aún para que las dos siguientes lo pongan en situación sin apenas darse cuenta. Sobre todo cuando esa situación recuerda tanto a las mil veces repetidas en las antiguas películas del Oeste. Mariana Travacio nos lleva hacia esa atmósfera de odios antiguos, de los que no se olvidan, de los que no se limpian. Quizá porque, en el lugar al que nos arrastra, no llueve nunca. Lo único que hay allí es polvo que no asienta, que se levanta y despierta sentimientos no de justicia, el odio no se conforma con tan poco, sino de venganza. Venganza que restará sitio a lo que algunos llaman perdón. |