Debería haberle dicho que su indiferencia era la mejor ayuda que me podía proporcionar.
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Debería haberle dicho que su indiferencia era la mejor ayuda que me podía proporcionar.
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Ella me había enseñado que compartir la aflicción ajena era algo bueno, como la regla de matemáticas «menos por menos da más».
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Todo lo me quedaba eran los incontables libros de la librería de mamá. Salvo esto, todo había desaparecido en mi vida. Ya no hacía falta colgar faroles de papel ni lucecitas brillantes por la casa, ni aprender en qué consistían los sentimientos de alegría, enfado, tristeza, placer, amor, odio y vergüenza.
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Seguramente la gente esperaba que yo mostrara tristeza, soledad o desesperación, pero dentro de mí solo tenía preguntas, ningún sentimiento.
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Si el amor era pronunciar sermones para indicarme qué hacer y qué no hacer en tal o cual situación mientras me miraba con los ojos llenos de lágrimas, ¿no era acaso mejor no darlo ni recibirlo? Por supuesto, nunca se lo dije. Y no lo hice gracias a que, entre esos innumerables principios de comportamiento que me hizo memorizar hasta el cansancio, había uno que rezaba «Cuando eres demasiado sincero, puedes lastimar al otro».
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No experimento del todo los sentimientos, ni tampoco puedo leerlos correctamente en los demás y confundo unos con otros.
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Estuve a punto de decirle que el destino era un juego de dados, pero me callé la boca, pues no era más que una frase de libro.
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Recuerdo que mamá me cogía fuerte de la mano adonde quiera que fuésemos. Jamás me soltaba. A veces yo la retiraba con disimulo porque me dolía, pero entonces ella fruncía el entrecejo y me decía que me agarrara bien, que debíamos ir siempre de la mano porque éramos una familia. Mi otra mano iba cogida de la abuela. Yo nunca había sido abandonado.
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La gente volvía la cabeza no solo ante las desgracias que ocurrían lejos porque no había nada que se pudiera hacer, sino también ante las que ocurrían cerca porque los paralizaba el terror. Podían sentir, pero la mayoría de las veces no hacían nada al respecto; podían solidarizarse, es verdad, pero también se olvidaban con facilidad.
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¿No significaba eso que no siempre hacía falta responder de una manera determinada a lo que los demás decían o hacían?
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Manolito ...