Trenza del mar Esmeralda

Casi todo el mundo estará de acuerdo en que los humanos no somos telépatas. No podemos enviar nuestros pensamientos o nuestras emociones directas a la mente de otra persona. Sin embargo, tú escuchas mi historia e imaginas las cosas que describo, igual que las visualizo yo en mi propia mente. ¿Cómo llamar a eso sino una forma de telepatia?

Aquel barco era una familia.

La belleza mortífera es la variedad más afilada.

El peligro no hace que algo sea menos bello. Al contrario: ejerce una influencia engrandecedora, igual que una vela parece brillar como nunca en la noche más oscura.

¿Qué otras cosas habría renunciado a saber sobre sí misma, si jamás hubiera salido de su isla natal? O aún peor: ¿cuánta otra gente como ella vivía en la ignorancia, carente de la experiencia necesaria para explorar con plenitud su propia existencia?

-¿Es valiente o estúpida?
-Aún no lo hemos decidido.

En pleno océano había una chica que vivía sobre una roca.
El océano no era como el que te has imaginado.
La roca tampoco era como la que te has imaginado.
La chica, en cambio, quizá fuera como la que te has imaginado, siempre que la hayas imaginado reflexiva, de hablar suave y demasiado aficionada a coleccionar tazas y vasos.

En este barco hay algo que anda muy mal.

Rara es la gente que colecciona sellos, Trenza. A ese hombre le faltan unos cuantos tornillos y no se ha dado cuenta de que los que tiene en realidad son chinchetas.

[...] Porque la "vida", como concepto, es un constructo humano. Somos nosotros quienes la definimos. A la naturaleza le trae sin cuidado; lo ve todo como un proceso químico. No podría darle más igual que un puñado de carbono, hidrógeno y oxígeno decida un día que en realidad preferiría sentarse en un sofá y no en un banco.
En consecuencia, algo está vivo si nosotros decidimos que lo está.