El prisionero del cielo

aquel año a la Navidad le dio por amanecer todos los días de plomo y escarcha. Una penumbra azulada teñía la ciudad, y la gente pasaba de largo abrigada hasta las orejas y dibujando con el aliento trazos de vapor en el frío« …

Yo en principio soy ateo. Aunque en realidad tengo mucha fe.

Los hombres son así, como los geranios. Cuando parece que están para tirarlos, reviven.

La única buena costumbre que él defendía era la de leer. El resto era asunto de cada uno.

Las gentes con el alma pequeña siempre tratan de empequeñecer a los demás