En la calle llovía a mares... Y a ella le encantaba la lluvia. Quise creer, y creo, que, si el universo es justo, se le permitió un último deseo, convertirse en gotas, y por eso cuando impactaron contra mi cuerpecillo tembloroso, extrañamente, me calmé. Respiré. En el mundo nunca dejaría de haber tormentas y, gracias a ellas, no podría olvidarla.
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