A menudo he reflexionado sobre el modo en el que se conoce una ciudad. Si vamos de visita, solo veremos su cara amable, su aspecto un día de sol o un día de lluvia. Admiraremos sus edificios ilustres, las estatuas de sus notables y los restos de las civilizaciones que fueron población antes que nosotros. Pero cuando la ciudad te maltrata es cuando realmente llegas a ser uno de sus habitantes. Cuando te dice «no», cuando es escenario de tus penas, cuando es decoración de tus glorias, cuando te expulsa antes de tiempo, cuando te retiene aun si lo que deseas es volar.