Coincidiendo con el centenario de la muerte de Marcel Proust (18-11-1922), la editorial Nørdica ha publicado en su colección Nørdicailustrados una nueva edición de Combray, primera parte del primer volumen de En busca del tiempo perdido. No puedo negar que realizar una crítica de esta obra me causa cierto temor. Fue un libro ya complicado desde su origen. La redacción de los siete volúmenes que lo componen le costaron al autor trece años de su vida, durante los cuales escribía de noche, dormía de día y se alimentaba básicamente de café. Y es que Proust, enfermo de asma y con tendencia a la depresión, estaba convencido de que moriría pronto y por ello decidió dedicarse en cuerpo y alma a la redacción y revisión de su obra, en la que introdujo constantemente correcciones y mejoras. Por otro lado, En busca del tiempo perdido es para la mayoría de los lectores, una obra monumental, consagrada como integrante del canon literario universal, a la que se han dedicado numerosos y muy profundos estudios, lo que dificulta añadir observaciones novedosas u originales. En esta reseña me limitaré a realizar un acercamiento sencillo para exponer los aspectos que más me han llamado la atención en mi lectura de este volumen. Para ello comenzaré por un aspecto que, no por ser externo a la labor creativa del autor, es menos importante para la percepción de la obra por los lectores, a saber, el modo en que la editorial trata el texto. La editorial Nørdica ha asumido un reto muy loable en este centenario: ofrecer una parte de la obra de Proust de forma ilustrada. El hecho de acercarse a una obra de lectura difícil en un formato agradable, con ilustraciones sugerentes y cálidas como corresponden al tono de la narración hacen más amable la lectura y comprensión del texto. En él se nos ofrecen recuerdos de los veranos de la infancia del protagonista transcurridos en Combray junto con semblanzas de algunos de los personajes destacados de la novela. Es una parte emotiva y teñida de nostalgia, por lo que los colores empleados (rojos, naranjas, amarillos) son muy acertados. Por otra parte, el uso de la perspectiva en muchos dibujos plasma a la perfección la sensación de lejanía o soledad que embargan en numerosos momentos al personaje central, un niño que se siente apartado del mundo incomprensible de los adultos. Otro aspecto que hay que destacar en esta edición son las notas a pie de página. Éstas son breves pero decisivas para aclarar al lector algunos aspectos de la sociedad y cultura de la época en que se desarrolla la acción u ofrecer datos imprescindibles para comprender el texto, como pueden ser algunas alusiones mitológicas poco conocidas. Finalmente, me han llamado la atención algunas incorrecciones que, por desgracia, restan valor a esta edición, como son algunas incoherencias lingüísticas y la presencia de galicismos. Este tipo de errores, a en la primera página , serían fácilmente subsanables con una apuesta por la corrección de estilo con la que se lograría una edición casi redonda. A la hora de abordar la creación de Marcel Proust, quiero volver a resaltar que no se trata de un libro sencillo, ni siquiera en esta primera parte. El tema de Combray es el mismo que su trama: los principales recuerdos de la niñez del narrador. En este sentido hay que destacar que el escritor se decanta por el uso de un narrador protagonista pasivo. Es protagonista porque es el centro de los hechos, el que sufre los acontecimientos de la narración, y es pasivo ya que no actúa, sino que sufre, padece el mundo que le rodea. Este narrador es un niño, pero un niño que ya ha crecido y guarda las cicatrices de la infancia en su subconsciente, mostrándolas al lector a través de flashbacks y corrientes de conciencia, en las que el tiempo deja de existir y el presente y el pasado se funden en el alma del protagonista. Hay que tener presente a lo largo de la lectura del libro que su trama no se centra tanto en los acontecimientos o aventuras vividos por el niño, sino en los profundos sentimientos y emociones que determinados hechos dejaron en su alma. Estos sentimientos, a su vez, son examinados desde diferentes puntos de vista: el espacio, el tiempo y los personajes. Uno de los instantes que, desde mi punto de vista, está tratado de un modo especialmente magistral, es la visita que la madre del protagonista realiza a su hijo por las noches antes de acostarse. Desde un punto de vista temporal, el momento anterior a irse a la cama constituye para el niño uno de los instantes más duros del día, que sólo puede verse aliviado gracias al beso de buenas noches de su madre. Sin embargo, este mismo beso no es una realidad tan sencilla de enjuiciar. El protagonista sabe que es un instante fugaz, un acto que durará unos segundos y que lo dejará hundido en la tristeza y el temor a la noche cuando su madre se vaya de la habitación. Por eso su visión de ese beso es contradictoria: por una parte, desea que ese instante llegue, junto con su madre y su demostración de afecto; pero, por otro lado, prefiere que ésta se retrase, de modo que su partida se aleje lo más posible en el tiempo. Mi único consuelo, cuando subía a acostarme, era que mamá vendría a darme un beso cuando estuviese metido en la cama. Pero esa despedida duraba tan poco, volvía a bajar ella tan deprisa, que el momento en que la oía subir, en que luego avanzaba por el corredor de doble puerta, el ligero rumor de su vestido de jardín de muselina azul, del que colgaban unos cordoncillos de paja trenzada, era para mí un momento doloroso. Anunciaba el que había de seguirle, cuando me habría abandonado, cuando habría vuelto a bajar. de modo que llegaba a desear que aquellas buenas noches que tanto amaba viniesen lo más tarde posible, que se prolongara el tiempo de tregua en que mamá no había venido. El protagonista de Combray es un niño que siente vivamente las emociones en su alma y también en su cuerpo: es un niño enfermizo, con tendencia a la melancolía, aunque capaz de las más altas cotas de felicidad. También es un jovencito curioso, que observa a los seres que le rodean. Respecto a su padre mantiene una actitud distante debido a su frialdad y exigencia, mientras que adora a su madre y disfruta del modo de ser bonachón y despreocupado de su abuela. Objeto de admiración de este joven es Swann, un caballero al que conoce en Combray y cuya importancia en la vida del protagonista será relevante. Es llamativa la percepción que el niño tiene de Swann: al haberlo conocido en el campo, se da cuenta que su familia no lo considera como una persona especialmente destacada, pero conoce la verdadera relevancia de su vecino a través de otras referencias que demuestran la auténtica valía de éste. Pero ni siguiera desde el punto de vista de las cosas más insignificantes de la vida somos un todo materialmente constituido, idéntico para todo el mundo y del que basta a cualquiera con ir a informarse como si se tratara de un pliego de condiciones o de un testamento, nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los demás. Hasta el acto tan simple que llamamos ver a una persona que conocemos es en parte un acto intelectual. A través de todas las observaciones realizadas, se puede llegar a la conclusión de que la prosa de Proust no es lineal, no refiere hechos que apuntan a un objetivo, sino que se parece más a una espiral, en la que el escritor realiza diversas reflexiones, se aparte del tema y se desvía hacia otros asuntos. Y es entonces, cuando parece que el narrador ya se ha olvidado del motivo inicial para realizar digresiones de todo tipo, cuando lo vuelve a retomar de forma magistral cerrando fragmentos narrativos, con un estilo muy poético, de reminiscencias clásicas. En resumen, nos encontramos ante una edición de una pequeña parte de una obra de arte, que puede ser de gran utilidad para quien no se ha enfrentado nunca a Proust. Gracias a ella, el lector puede, siempre con calma y tiempo por delante, comprobar su aptitud para afrontar la obra completa de Proust, un autor que, a cambio de la gran exigencia que conlleva para no perderse en los recovecos de su prosa, ofrece la gran satisfaciión de leer un texto casi perfecto. Como siempre, quiero manifestar mi agradecimiento tanto a la editorial Nørdica y a Babelio, que a través de Masa Crítica contribuyen a la difusión de la lectura. + Leer más |
El ciclo de encuentros El pecado de leer llega a su cuarta edición con la propuesta de explorar a través de la lectura muchas de las circunstancias, situaciones o sustancias que hacen que nuestra mente se desordene. Los estados alterados, realidades alternativas, percepciones desmesuradas —en ocasiones entendidas como estados de locura—, nos muestran una realidad otra en la que nosotros somos otros también. Novelistas, poetas, ensayistas y periodistas, todos ellos lectores, compartirán con nosotros sus lecturas del catálogo de El libro de bolsillo de Alianza Editorial y nos contarán cuál es el estado alterado que encuentran en los libros. Porque hay otros mundos, y están todos en este.
5 ciudades, 4 estados alterados,
45 libros y un secreto
Pánico, euforia, alucinación y enamoramiento.
En cada encuentro, dos invitados y un moderador hablarán sobre uno de los estados alterados a través de los libros de bolsillo de Alianza Editorial.
Comisaria del ciclo:
Giselle Etcheverry Walker
Asociación secreta de los lectores de Franz Kafka
Jueves 22
febrero 2024
18.30 h
Librería Nollegiu del Poblenou
Carrer de Pons i Subirà, 3
08005, Barcelona
Los escritores nunca saben para quién escriben. Esta revelación se constata en la circulación de sus libros en manos de los lectores más insospechados, que otorga y renueva su significado con el paso del tiempo y las generaciones. Como ya hiciéramos con Marcel Proust y Pío Baroja, este tercer encuentro de lo que sería una asociación secreta, por desconocida, convoca a los más diversos lectores y fans del escritor checo Franz Kafka. Una celebración de la obra de un autor que cambió la forma de escribir (y de leer) la literatura del siglo xx, dio nombre a nuestras pesadillas y, quizás, haya sido el mejor humorista de su tiempo.
Invitados:
Andrea Genovart
(Barcelona, 1993) es licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona y tiene un máster en Gestión Cultural por la Factoría de Arte y Desarrollo de Madrid. Actualmente trabaja como responsable de prensa y comunicación en diversas editoriales. Consumir preferentemente es su primera novela.
Sabino Méndez
(Barcelona, 1961) es el autor de un ramillete de canciones del rock español que han accedido a la categoría de clásicas. A finales de los años ochenta, en el momento de mayor éxito, abandonó la guitarra eléctrica y el grupo en el que tocaba (Loquillo y Los Trogloditas) para dedicarse exclusivamente a los libros. Filólogo de formación, debutó en la escritura con Corre, rocker, alabado por crítica y público, al que siguieron Limusinas y estrellas, Hotel Tierra, Historia del hambre y la sed y, más recientemente, Literatura Universal, de la cual la revista Letras libres afirmó en su momento que era “una de las novelas más sofisticadas y poderosas que se han escrito en español en lo que va de siglo”. Columnista en la prensa habitual y radio -orientado hacia el género biográfico y la crónica- es actualmente vicepresidente de la Sociedad General de Autores española y miembro de la Junta Directiva de la Academia de la Música de España. Sigue componiendo y tocando ocasionalmente.
Llucia Ramis
(Barcelona, 1961) es el autor de un ramillete de canciones del rock español Nació en Palma de Mallorca en 1977, estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Barcelona y es colaboradora del diario La Vanguardia. Ha publicado cuentos en varias antologías y es autora de las novelas Cosas que te pasan en Barcelona cuando tienes 30 años (2008), Egosurfing (2010, premio Josep Pla), Todo lo que una tarde murió con las bicicletas (2013) y Las posesiones (2018, premio de novela en catalán Llibres Anagrama).
Manuel Vilas
(Barbastro, 1962) es autor de seis poemarios y su obra lírica se ha compilado en Amor (2010), en Poesía completa y en Una sola vida. Su obra narrativa la in