Combray de Marcel Proust
En cancelas muy lejanas unas de otras, unos perros despertados por nuestros pasos solitarios alternaban ladridos como los que a veces todavía oigo por la noche, y entre los que debió de ir (cuando en el jardín público de Combray se creó su emplazamiento) a refugiarse el bulevar de la estación, porque, donde me encuentre, cuando empiezan a sonar y a responderse, vuelvo a verlo, con sus tilos y su acera iluminada por la luna.
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