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Críticas sobre Combray (6)
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Tontoelquenolea
 23 November 2022
Siempre he considerado a Marcel Proust un escritor que hay que leer en algún momento de la vida, que está en mi top de autores que me producen un gran respeto pero que ansío leer, así que cuando vi esta edición de “Combray” no me lo pensé.

Se trata de la primera parte de “Por el camino de Swann”, la cual es, a su vez, la primera parte de “En busca del tiempo perdido”. Tras el primer contacto con Proust puedo decir que no me ha resultado un escritor fácil; su prosa es exigente, minuciosa y elaborada, utiliza gran número de páginas para describir cualquier situación, de hecho podría decir que todo este volumen se centra en los problemas de sueño del narrador, de los que se sirve para hilar la historia, introducir la trama y presentar a los personajes.

Si algo me ha quedado claro es que para leer a Proust no se pueden tener prisas, su lectura debe ser reposada, tranquila, concentrada, para disfrutar al cien por cien de su gran calidad literaria, que puede costar un poco al principio, no os voy a engañar, pero a la que llega a acostumbrarse rápido.

Una obra (o parte de una obra) que es un gran despliegue literario; su capacidad para describir cada objeto y situación, cada sensación o sentimiento, me parece magistral, a pesar de que pueda hacer la lectura un poco lenta. Si me preguntaran de qué trata este volumen podría decir que no es más (ni menos) que una introducción a modo de reflexión acerca de los recuerdos de la infancia, la nostalgia, la inocencia… como algo intangible o etéreo que, sin dar una forma sólida o concreta a la trama, sirve para situar al lector en tiempo y lugar.

Una obra sutil, elegante, delicada, a la que, bajo mi punto de vista, hay que llegar tras cierto “entrenamiento” o bagaje lector para disfrutarlo en su totalidad, pues no es que destaque por su fluidez, su capacidad de atrapar al lector o su acción, sino cuyo encanto reside en la belleza de las palabras y expresiones que utiliza, en lo evocador de cada escena y ambiente, y en el reposo y la paz que produce leerlo. Un inicio de saga brillante que debe llegar a nosotros en el momento adecuado.
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EmilianoPD
 02 January 2023
Desde Tales, tal vez antes, se pensaba que "Todo está lleno de vida": hilozoísmo, como si al aplicar una lente poderosa a una gota de agua pudiese verla bullente de minúsculos y agitados seres, o al deshacer la mica notar cómo sus brillos reflejan microscópicas esferas, "electrónicas", orbitando sin cesar. Es esta exacerbada atención a los detalles, a los matices que cobran ante nuestros ojos una nueva, vívida luz; este reconocer que una calle, un empedrado o un jardín pueden huir, o refugiarse, o sentir, o suplicar, lo que más me atrae, lo que más me arrebata de la escritura de Proust.

Digo lo que más, y es mucho. Más allá de esa perezosa trama y de esos personajes con sus nimios aconteceres, con sus reacciones y relaciones tantas veces exasperantes que despiertan sin embargo una extrañísima fascinación, como un entomólogo con ventana preferente al hormiguero, siempre queda el asombro y el perverso gozo de deambular por sus serpenteantes y sobredimensionados períodos gramaticales. Mi francés ya no es el que era, y mi anterior relectura era mucho más cercana en el tiempo a aquella primera vez, en mis dieciséis años, en que comencé À la recherche, pero el encanto no palidece; se mantiene, latiendo quizás como la luz de la tarde en la piedra de los muros que sostienen nuestra existencia, o en el dorso de la nube que nos invita a volar, là-bas.

(Esta breve nota viene al deseo de dejar patente mi entera satisfacción -y mi volver a Proust traducido, en la nueva para mí y magistral tradución de Mauro Armiño- con esta preciosa y muy preciada edición, impresa con mucho mimo en mi querida ciudad natal, en el centenario del fallecimiento del Genio francés.)
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marlluch
 26 October 2022
Coincidiendo con el centenario de la muerte de Marcel Proust (18-11-1922), la editorial Nørdica ha publicado en su colección Nørdicailustrados una nueva edición de Combray, primera parte del primer volumen de En busca del tiempo perdido.
No puedo negar que realizar una crítica de esta obra me causa cierto temor. Fue un libro ya complicado desde su origen. La redacción de los siete volúmenes que lo componen le costaron al autor trece años de su vida, durante los cuales escribía de noche, dormía de día y se alimentaba básicamente de café. Y es que Proust, enfermo de asma y con tendencia a la depresión, estaba convencido de que moriría pronto y por ello decidió dedicarse en cuerpo y alma a la redacción y revisión de su obra, en la que introdujo constantemente correcciones y mejoras.
Por otro lado, En busca del tiempo perdido es para la mayoría de los lectores, una obra monumental, consagrada como integrante del canon literario universal, a la que se han dedicado numerosos y muy profundos estudios, lo que dificulta añadir observaciones novedosas u originales.
En esta reseña me limitaré a realizar un acercamiento sencillo para exponer los aspectos que más me han llamado la atención en mi lectura de este volumen. Para ello comenzaré por un aspecto que, no por ser externo a la labor creativa del autor, es menos importante para la percepción de la obra por los lectores, a saber, el modo en que la editorial trata el texto.
La editorial Nørdica ha asumido un reto muy loable en este centenario: ofrecer una parte de la obra de Proust de forma ilustrada. El hecho de acercarse a una obra de lectura difícil en un formato agradable, con ilustraciones sugerentes y cálidas como corresponden al tono de la narración hacen más amable la lectura y comprensión del texto. En él se nos ofrecen recuerdos de los veranos de la infancia del protagonista transcurridos en Combray junto con semblanzas de algunos de los personajes destacados de la novela. Es una parte emotiva y teñida de nostalgia, por lo que los colores empleados (rojos, naranjas, amarillos) son muy acertados. Por otra parte, el uso de la perspectiva en muchos dibujos plasma a la perfección la sensación de lejanía o soledad que embargan en numerosos momentos al personaje central, un niño que se siente apartado del mundo incomprensible de los adultos.
Otro aspecto que hay que destacar en esta edición son las notas a pie de página. Éstas son breves pero decisivas para aclarar al lector algunos aspectos de la sociedad y cultura de la época en que se desarrolla la acción u ofrecer datos imprescindibles para comprender el texto, como pueden ser algunas alusiones mitológicas poco conocidas.
Finalmente, me han llamado la atención algunas incorrecciones que, por desgracia, restan valor a esta edición, como son algunas incoherencias lingüísticas y la presencia de galicismos. Este tipo de errores, a en la primera página , serían fácilmente subsanables con una apuesta por la corrección de estilo con la que se lograría una edición casi redonda.
A la hora de abordar la creación de Marcel Proust, quiero volver a resaltar que no se trata de un libro sencillo, ni siquiera en esta primera parte. El tema de Combray es el mismo que su trama: los principales recuerdos de la niñez del narrador.
En este sentido hay que destacar que el escritor se decanta por el uso de un narrador protagonista pasivo. Es protagonista porque es el centro de los hechos, el que sufre los acontecimientos de la narración, y es pasivo ya que no actúa, sino que sufre, padece el mundo que le rodea.
Este narrador es un niño, pero un niño que ya ha crecido y guarda las cicatrices de la infancia en su subconsciente, mostrándolas al lector a través de flashbacks y corrientes de conciencia, en las que el tiempo deja de existir y el presente y el pasado se funden en el alma del protagonista.
Hay que tener presente a lo largo de la lectura del libro que su trama no se centra tanto en los acontecimientos o aventuras vividos por el niño, sino en los profundos sentimientos y emociones que determinados hechos dejaron en su alma. Estos sentimientos, a su vez, son examinados desde diferentes puntos de vista: el espacio, el tiempo y los personajes.
Uno de los instantes que, desde mi punto de vista, está tratado de un modo especialmente magistral, es la visita que la madre del protagonista realiza a su hijo por las noches antes de acostarse.
Desde un punto de vista temporal, el momento anterior a irse a la cama constituye para el niño uno de los instantes más duros del día, que sólo puede verse aliviado gracias al beso de buenas noches de su madre. Sin embargo, este mismo beso no es una realidad tan sencilla de enjuiciar.
El protagonista sabe que es un instante fugaz, un acto que durará unos segundos y que lo dejará hundido en la tristeza y el temor a la noche cuando su madre se vaya de la habitación. Por eso su visión de ese beso es contradictoria: por una parte, desea que ese instante llegue, junto con su madre y su demostración de afecto; pero, por otro lado, prefiere que ésta se retrase, de modo que su partida se aleje lo más posible en el tiempo.

Mi único consuelo, cuando subía a acostarme, era que mamá vendría a darme un beso cuando estuviese metido en la cama. Pero esa despedida duraba tan poco, volvía a bajar ella tan deprisa, que el momento en que la oía subir, en que luego avanzaba por el corredor de doble puerta, el ligero rumor de su vestido de jardín de muselina azul, del que colgaban unos cordoncillos de paja trenzada, era para mí un momento doloroso. Anunciaba el que había de seguirle, cuando me habría abandonado, cuando habría vuelto a bajar. de modo que llegaba a desear que aquellas buenas noches que tanto amaba viniesen lo más tarde posible, que se prolongara el tiempo de tregua en que mamá no había venido.

El protagonista de Combray es un niño que siente vivamente las emociones en su alma y también en su cuerpo: es un niño enfermizo, con tendencia a la melancolía, aunque capaz de las más altas cotas de felicidad. También es un jovencito curioso, que observa a los seres que le rodean.
Respecto a su padre mantiene una actitud distante debido a su frialdad y exigencia, mientras que adora a su madre y disfruta del modo de ser bonachón y despreocupado de su abuela. Objeto de admiración de este joven es Swann, un caballero al que conoce en Combray y cuya importancia en la vida del protagonista será relevante. Es llamativa la percepción que el niño tiene de Swann: al haberlo conocido en el campo, se da cuenta que su familia no lo considera como una persona especialmente destacada, pero conoce la verdadera relevancia de su vecino a través de otras referencias que demuestran la auténtica valía de éste.

Pero ni siguiera desde el punto de vista de las cosas más insignificantes de la vida somos un todo materialmente constituido, idéntico para todo el mundo y del que basta a cualquiera con ir a informarse como si se tratara de un pliego de condiciones o de un testamento, nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los demás. Hasta el acto tan simple que llamamos ver a una persona que conocemos es en parte un acto intelectual.
A través de todas las observaciones realizadas, se puede llegar a la conclusión de que la prosa de Proust no es lineal, no refiere hechos que apuntan a un objetivo, sino que se parece más a una espiral, en la que el escritor realiza diversas reflexiones, se aparte del tema y se desvía hacia otros asuntos. Y es entonces, cuando parece que el narrador ya se ha olvidado del motivo inicial para realizar digresiones de todo tipo, cuando lo vuelve a retomar de forma magistral cerrando fragmentos narrativos, con un estilo muy poético, de reminiscencias clásicas.
En resumen, nos encontramos ante una edición de una pequeña parte de una obra de arte, que puede ser de gran utilidad para quien no se ha enfrentado nunca a Proust. Gracias a ella, el lector puede, siempre con calma y tiempo por delante, comprobar su aptitud para afrontar la obra completa de Proust, un autor que, a cambio de la gran exigencia que conlleva para no perderse en los recovecos de su prosa, ofrece la gran satisfaciión de leer un texto casi perfecto.
Como siempre, quiero manifestar mi agradecimiento tanto a la editorial Nørdica y a Babelio, que a través de Masa Crítica contribuyen a la difusión de la lectura.
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rebeca_hitchcock
 14 November 2022
Proust, ese gran pendiente en mi estantería, ese pavor que me daba adentrarme en el libro más largo del mundo: “En busca del tiempo perdido”. Y sin embargo, me he adentrado en Combray, preludio del monstruo que es esta obra, como si fuera un mar embravecido por una tormenta. Proust me ha llevado de un lado a otro, me ha mareado, y después me ha soltado para que recuperara el equilibrio yo sola. He buceado en la belleza de sus recuerdos y a raíz de sus cavilaciones, me he dado cuenta de lo simple de las mías. Ha sido una lectura exigente y sin duda me ha costado trabajo por la extremada atención que se debe prestar a este libro, por ello no se lo recomendaría a todo el mundo.
Pero, sin duda, la belleza del lenguaje, la ternura de cada recuerdo, lo cuidado y delicado que es el texto, han hecho que lo ame y que desee esforzarme por leer cada tomo de esta obra maestra.
Mil gracias a Babelio por darme la oportunidad de conocer el pueblito de Combray y a Marcel.
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Ana35
 06 November 2022
Narra los recuerdos de infancia del pequeño Proust en casa de su tía en el pequeño pueblo de Combray. Aunque el pueblo en sí es ficticio y mezcla de dos lugares similares donde sí pasó sus vacaciones. El pueblo se convierte en un personaje más de la historia, con sus pequeños comercios y sus vecinos que se conocen desde siempre.Y donde los chismes de unos y otros llegan a los oídos del niño, pese a que no siempre entienda bien su importancia, dada su edad.
Hay dos cosas que me llaman mucho la atención sobre la historia, una es el terror que siente el pobre niño cada vez que llega la noche y tiene que separarse de su madre, ago que roza lo patológico y que hoy sería carne de psicólogo.
Otra es la descripción tan detallada que hace de los dos caminos que toma la familia para dar sus paseos vespertinos. Es tal lo minucioso de las descripciones que me da la sensación de estar recorriendolos junto a ellos, y casi sin su ayuda llegar a mi destino.
Es una bonita historia, complementaria a su gran obra maestra "A la búsqueda del tiempo perdido", donde el pueblo de Combray, así como algunos de sus habitantes se mencionan en distintas ocasiones.
Me ha parecido un buen libro para iniciarme en el mundo Proust y atreverme con los siete volúmenes de su obra.
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Gemmaentrelecturas
 23 October 2022
Tiene un estilo muy característico, con muchas metáforas y simbolismos, descripciones al detalle de lugares verdes, reales u oníricos, y zonas rurales, parece que estos lugares son más importantes que las personas que deambulan por ellos, pero es un engaño, porque a estos sitios tan importantes para él se ligan los sentimientos y emociones, por lo tanto, la persona es el foco de atención, aunque disimulado. Una narrativa sosegada, con párrafos largos, nada sencillos, complejos, lo recalco, aunque resulte pesado, porque no es una lectura que se pueda devorar, o por lo menos, yo fui incapaz. Las emociones y los pensamientos, las reflexiones no son directas, las esconde, las maquilla, las oculta, pero te las cuenta, requiere concentración y creo que se me escaparon más de la mitad de ellas.
    Se disfruta esta lectura a través de sus magnificas ilustraciones.    
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