El punto donde yo me encontraba debió de ofrecer, cientos de años atrás, una panorámica asombrosa. Un lugar azotado por todos los vientos. Norte, sur, este, oeste. Sin refugio. ¿Qué hombre o mujer podría dejar de sentir allí su verdadera esencia, que es la de la insignificancia? ¿No es cierto que, en realidad—y a pesar de todos nuestros artificios—, estamos siempre sujetos a la fuerza, el ímpetu y la rabia con la que decidan soplar todos los vientos del mundo? Yo ya sabía, por propia experiencia, que las personas estábamos hechas en gran medida en razón de nuestras circunstancias.
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