El bosque de los cuatro vientos de María Oruña
El punto donde yo me encontraba debió de ofrecer, cientos de años atrás, una panorámica asombrosa. Un lugar azotado por todos los vientos. Norte, sur, este, oeste. Sin refugio. ¿Qué hombre o mujer podría dejar de sentir allí su verdadera esencia, que es la de la insignificancia? ¿No es cierto que, en realidad—y a pesar de todos nuestros artificios—, estamos siempre sujetos a la fuerza, el ímpetu y la rabia con la que decidan soplar todos los vientos del mundo? Yo ya sabía, por propia experiencia, que las personas estábamos hechas en gran medida en razón de nuestras circunstancias.
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