El destino forja a los hombres y vapulea sus vidas, para que puedan mirar atrás y comprender si han hecho lo correcto.
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El destino forja a los hombres y vapulea sus vidas, para que puedan mirar atrás y comprender si han hecho lo correcto.
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Las lanzas destellaron sobre la niebla, entre las llamas. Pero uno a uno. Los nueve. Cantaron. Cantaron apagando el lamento de las cornetas. Cantaron orgullosos. De su es tirpe, de su pueblo, de su gente. Cantaron solemnes. Porque morían peleando por su libertad, porque morían libres y no esclavos. Cantaron, hasta que el acero apagó sus voces. Cantaron la leyenda de aquel que unió a las tribus. |
–... Matarás a tu hermana. Matarás a tu madre. Me matarás a mí... Se rompió la voz. La voz que tantas veces había cantado para ella. La voz que espantaba los malos sueños que la despertaban por la noche. –... Y te quitarás la vida. |
Cuando el clan llamaba, los hombres afilaban sus espa-das, bruñían las grebas, repasaban los escudos, probaban los cascos. Cuando el clan llamaba, los hombres vertían sangre. Eran celtas. Y su credo, el hierro. Si la muerte, caprichosa, quería jugársela lejos del ho-gar, un celta se tendía en su escudo, en casa, y moría con la espada en la mano y la cabeza alta. Y no se aprendía a morir en un día. |
Aquí la esperanza lleva a la locura.
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Y allí había tres clases de hombres: los muertos, los que agonizaban y los culpables. Eran las minas más grandes del Imperio. Y en las minas de Astúrica sólo había una verdad: las almas se rompían, y Roma escupía los pedazos. |
Tuvo que llegar hasta el final. Porque la esperanza es testaruda, porque uno de los trabajos de la esperanza es mentir.
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Fue el más grande de los banquetes. Compartieron la cerveza, el pan y cuando de las hogueras ya solo quedaron rescoldos, también la infusión que la anciana, envuelta en su sayo blanco, había preparado. Habia hervido haciendo bailar las rojas bayas del sagrado tejo. La compartieron.Y murieron. Porque antes que vivir como esclavos, los que se habían unido para plantarle cara a la Loba habían preferido morir libres. |
Roma era dueña de su mañana. Y Roma borraba su ayer.
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El poder de los hombres respeta las creencias si no estorban; cuando lo hacen, resulta más práctico fabricarse otras nuevas.
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Gregorio Samsa es un ...