La muerte del comendador (Estuche)

Sinopsis:
Con la autoestima bajo mínimos por el abandono de su mujer, un retratista decide alejarse de vida cotidiana para encontrarse a sí mismo y descubrir, quizá, el camino que necesita tomar para rehacer su existencia. Para ello, se aloja en la casa de un viejo pintor de renombre que pasa sus últimos meses en una residencia, atacado por el Alzheimer. En esa casa descubrirá un cuadro con una técnica exquisita y un significado enigmático: La Muerte del Comendador, cuya presencia en esa casa condicionará los distintos eventos que el protagonista irá experimentando día tras día. Finalmente, su amistad con Menshiki, su vecino, un hombre solitario que vive en una gran mansión, también se traducirá en una serie de retos y dilemas para el personaje principal.

Forma:
El estilo de Murakami es delicioso. El autor tiene esa maravillosa habilidad de contar ideas muy profundas, de generar sensaciones, a través de un estilo muy austero que permite una lectura ágil y amena. Lo que más me ha cautivado es cómo logra que el lector se encariñe con uno de los personajes más intangibles de la historia (no proporciono más datos para no desvelar momentos clave de la trama). Como única pega, creo que el libro es demasiado largo: se podría contar lo mismo obviando ciertas escenas o descripciones que no afectan al núcleo central de la historia.

Contenido:
La Muerte del Comendador no es una novela de estructura al uso. Entre sus páginas, el lector encontrará momentos misteriosos y anécdotas que invitarán a no abandonar su lectura, pero es importante tener en cuenta que la gran proeza de esta novela radica en que el argumento no es exactamente físico, tradicional, sino que es la psique del protagonista la que va viviendo un sinfín de experiencias. La personalidad del autor aparece en una evolución constante por el contacto con el resto de personajes (de carne y hueso y también fabulosos), y el cierre de esta trama psicológica es perfecta al final de la novela. Así mismo, los personajes secundarios encuentran su sitio gracias a las reacciones que desencadena la interacción con el protagonista. El círculo se cierra perfectamente con el punto y final de la historia.