Ana de Tejas Verdes

En este mundo pagamos un precio por todo lo que conseguimos.

Ana se quedó mucho rato esa noche sentada en su ventana, acompañada por una alegre satisfacción. El viento ronroneaba en las ramas de cerezo y traía ráfagas de menta. Las estrellas parpadeaban sobre las siluetas afiladas de los abetos en la vaguada, y la luz de Diana brillaba como siempre en el claro.

Todos deberíamos tener una razón para vivir y luchar fielmente por ella. Solo que debemos estar seguros de que se trata de un propósito valioso.

No, no puedo decir que me arrepienta. Marilla, a veces no entendía cómo había podido vivir antes de que Ana llegara a Tejas Verdes.

Una oleada agradable y cálida envolvió el corazón de Marilla al sentir la caricia de esa mano delgada en su mano: un pálpito de la maternidad
perdida, quizá.

Juro solemnemente ser fiel a mi amiga del alma, Diana Barry, mientras existan el sol y la luna

¿De verdad solo queda un kilómetro y medio para llegar a casa? Me alegra y me da pena. Me da pena porque este viaje ha sido muy agradable y siempre me da pena que las cosas agradables terminen.

¿Estoy hablando demasiado? La gente siempre me dice que hablo demasiado. ¿Prefiere que no hable? Si me lo dice parare. Puedo parar cuando me lo propongo, aunque me cuesta.

Desde que llegué a «Tejas Verdes» he cometido errores y cada uno me ha ayudado a curarme de un gran defecto. El episodio del broche de amatista me curó de tocar las cosas que no me pertenecen. El error del Bosque Embrujado me curó de una excesiva imaginación. El pastel con linimento, de cocinar descuidadamente. El teñirme el cabello, de vanidad. Ahora no pienso en mi nariz ni en mis cabellos; por lo menos no muy a menudo. Y el error de hoy me curará de ser demasiado romántica.

¿No es maravilloso pensar en todas las cosas que hay que averiguar? Simplemente me hace sentirme contenta de vivir. ¡Es un mundo tan interesante!