Ana de Tejas Verdes

Cuando uno imagina cosas, tiene que hacerlo a lo grande

Cuando los acontecimientos comienzan a sucederse, nada los detiene

Octubre era un mes precioso en Tejas Verdes; los abedules de la vaguada se volvían dorados como el sol, los arces de detrás del huerto cobraban un color granate majestuoso, los cerezos silvestres del sendero se vestían con las más preciosas tonalidades del rojo oscuro y el verde bronce, y los campos cubiertos de rastrojos tomaban el sol. Ana disfrutaba de aquel mundo de color

—(…)Supongo que difícilmente podemos quedárnosla.
—Yo diría que no. ¿En qué nos iba a ayudar?
—Podríamos ayudarla nosotros a ella —dijo Matthew de repente, por sorpresa.

—Bueno, bueno, no hay necesidad de llorar.
—¡Sí la hay! —La niña levantó la cabeza rápidamente, con la cara llena de lágrimas y los labios temblorosos—. Usted también lloraría si fuera huérfana y hubiese llegado a un sitio creyendo que iba a ser su hogar para descubrir que no la querían porque no era un chico. ¡Ah, esto es lo más trágico que me ha ocurrido jamás!

—Querido mundo —murmuró—, eres precioso y me alegro mucho de estar viva en ti.

—Sigue habiendo mucho de la niña que era en algunos aspectos.
—Hay mucho más de la mujer que será en otros.

Nos duele pensar que algo puede hacernos felices cuando alguien a quien queríamos ya no está con nosotros para compartir ese placer, y casi nos sentimos infieles a nuestro dolor cuando vemos que empezamos a recuperar el interés por la vida.

Ah, es maravilloso tener ambiciones. Me alegro de tener tantas. Y lo mejor de todo es que parecen infinitas. En cuanto consigues una, ya ves otra reduciendo más alto todavía. Eso hace que la vida resulte tan interesante.

La que soy de verdad sigue aquí, no ha cambiado. Y da igual adónde vaya o cuanto cambie por fuera, porque en mi corazón siempre seguiré siendo su niña, Ana, que cada día que pase la querrá más a usted y a Matthew y a Tejas Verdes.