—¿Por qué demonios no explota? Norström pateaba furioso con el pie izquierdo. Se le había enredado en un ovillo de hilo de acero que habían dejado descuidadamente entre las piedras de la cantera. Pateaba y el hilo se le iba enroscando a la bota y le iba subiendo por la pierna. Habría podido agacharse fácilmente y, de un tirón, habría podido quitarse aquella maraña de hilo metálico del pie y de la pierna. Pero Norström no se agachó. Siguió pateando rabioso con el pie. Estaba sudando. La camisa gris de franela empapada en sudor, que llevaba abotonada hasta el último botón y que le cubría la barriga sobrealimentada, desprendía un olor ácido a piel sucia |