El color de las cosas invisibles

Sintiendo todavía su mano sobre mi pierna, posé la mía en su mejilla y me acerqué. Jack contuvo el aliento y me miró la boca. Yo sonreí. Rocé su nariz con los labios y le dejé un beso. Suave. Dulce. Tan inocente como no podía haber otro.

El amor es estúpido. Y peligroso. La percepción de las cosas cambia. La intensidad de los estímulos se engrandece. La realidad se distorsiona.

La valentía se mide en instantes muy concretos. En segundos que lo cambian todo.

No siempre es posible guardar un secreto. No somos conscientes de que el cuerpo se rige por sus propias reglas y responde ante los estímulos de un modo muy concreto. Da igual lo que intentes ocultar que alguien te gusta, puede incluso que ni tú mismo lo sepas, porque cuando la persona que te atrae está cerca las pupilas se dilatan.

Aquella noche, los ojos de Jack eran más negros que nunca.

La vida no siempre es una carrera de fondo. A veces te obliga a parar. A tomar aire. A guardar reposo.

—Rain, si nadie mueve un dedo, la manzana en la que vivimos se pudre cada vez más. No espero cambiar el mundo, solo mejorar un poco lo que me rodea.

Mi cerebro era un hervidero. Si no lo frenaba, podía continuar inventándose mundos alternativos en los que Jack y yo vivíamos mil situaciones distintas, así que cerré los ojos y, por primera vez, me dejé llevar por lo que sentía.

—Cada uno afronta lo que le pasa de una forma distinta, Rain. Y no es malo.

—No es malo que alguien te guste, ¿sabes? Incluso si tú no le gustas a esa persona. Sentir es maravilloso. Solo tienes que dejar que suceda.

—Me da miedo.

—Lo sé. Y por eso te proteges tanto. Pero recuerda que, si no permites que nadie pase por tu corazón, es como si no hubieras vivido.

—Que no quieras que algo suceda no lo convierte en un imposible.