El color de las cosas invisibles de Andrea Longarela
Sintiendo todavía su mano sobre mi pierna, posé la mía en su mejilla y me acerqué. Jack contuvo el aliento y me miró la boca. Yo sonreí. Rocé su nariz con los labios y le dejé un beso. Suave. Dulce. Tan inocente como no podía haber otro.
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