Desde la ostra hasta el águila, desde el cerdo hasta el tigre, el hombre tiene cabida para todos los animales y todos ellos están cada uno en un hombre
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Desde la ostra hasta el águila, desde el cerdo hasta el tigre, el hombre tiene cabida para todos los animales y todos ellos están cada uno en un hombre
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No hay ceguera donde hay certidumbre
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Nada importa morir, pero no vivir es horrible.
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Es en las noches de diciembre, cuando el termómetro está a cero, cuando más pensamos en el sol.
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Fauchelevent lo había previsto todo, excepto que pudiese morir un enterrador. Pero también mueren los enterradores; a fuerza de cavar fosas para los otros, cavan la suya.
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(...) no oponemos, en tesis general, en todos los pueblos, así en Asia como en Europa, en India como en Turquía, a la claustración ascética. Decir convento es decir pantano. Su putrescibilidad es evidente; su estancación es malsana, su fermentación enferma a los pueblos y los marchita; su multiplicación es la plaga de Egipto.
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El monaquismo ha sido el azote de Europa.
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La oscuridad es vertiginosa: el hombre necesita claridad; el que se interna en las tinieblas se siente con el corazón oprimido. Cuando la mirada ve oscuro, el espíritu ve turbio. En el eclipse, en la noche, en la opacidad fulginosa, hay ansiedad hasta para los más fuertes. Nadie anda solo de noche por la selva sin un cierto temblor. Sombras y árboles son dos espesuras temibles. En la profundidad indistinta aparece una realidad quimérica. A algunos pasos de nosotros se bosqueja lo inconcebible con una claridad espectral. Se ve flotar en el espacio, o en nuestro propio cerebro, algo de vago e impalpable, como los sueños de flores dormidas. En el horizonte hay actitudes feroces. Se aspiran los efluvios del gran vacío tenebroso. Se tiene miedo y deseo de mirar hacia atrás. Contra las cavidades de la noche, contra los objetos todos que se hacen pavorosos, contra perfiles taciturnos que se disipan cuando se avanza, contra las imágenes oscuras y erizadas, contra los espectros irritados y lívidos, contra lo lúgubre reflejado sobre lo fúnebre; contra la inmensidad del silencio, contra los seres desconocidos y posibles y la inclinación misteriosa de las ramas, la espantosa torcedura de algunos árboles y de hierba, no hay defensa posible, ni audacia que no se convierta en terror, y que no presienta la proximidad de la angustia. Se experimenta una cosa horrible, como si el alma se amalgamase con la sombra. Esta penetración de las tinieblas es inexplicablemente siniestra en una criatura.
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El molino ya no existe, pero el viento que lo movía aún continúa soplando.
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Monseñor Myriel debía sufrir la suerte de todos los recién llegados a una pequeña ciudad, donde hay muchas bocas que hablan, y muy pocas cabezas que piensan.
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?