¡Para nada se necesita uno de esos amores novelescos que tantas veces solo sirven para trastornaros la cabeza!
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¡Para nada se necesita uno de esos amores novelescos que tantas veces solo sirven para trastornaros la cabeza!
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Me refiero a que, en aquella edad dorada, cuando nuestra especie aún vivía en íntima consonancia con la Naturaleza, ningún terror sobrecogía a los hombres, precisamente porque en aquella felicidad, en aquella armonía de todos los seres no existía nada adverso, nada enemigo que pudiera atraer sobre nosotros algo de su mismo género. Hablo de extrañas voces fantasmales, pues ¿cómo se explica entonces que los sonidos de la Naturaleza, aun cuando podemos precisar con certeza su origen, nos parezcan lúgubres y quejumbrosos lamentos que embargan nuestro pecho de un profundo espanto?
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Eso es horroroso, de verdad, horroroso; no, yo moriría si me sucediera algo así. A menudo también a mí me ha ocurrido que, despertándome de súbito de mi sueño, sentía una íntima angustia indecible, como si hubiera vivido algo espantoso. Y, sin embargo, no tenía la menor idea, ni siquiera guardaba un vago recuerdo de alguna pesadilla; más bien me figuraba que despertaba de un estado plenamente consciente, parecido a la muerte.
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A menudo durante el día, pero con más frecuencia durante la noche, percibo voces, gemidos y llantos de moribundo que a veces parecen provenir de muy lejos, y otras estar muy cerca de mí.
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Cada uno de los presentes sentía una gran opresión en el pecho; a todos les agobiaba la presencia del extraño con el peso de esa calma aparente que precede a las tempestades; a todos se les congelaba la palabra en los labios al contemplar el semblante pálido como la muerte de aquel huésped inquietador y siniestro.
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[...] entonces, exclamó extasiado que jamás había visto una mujer más bella ni más encantadora, que jamás había podido sentir qué era el amor hasta entonces, pues en aquellos momentos abrasaba su corazón.
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Mis ojos no eran lo que ardía en tu pecho, sino dos gotas ardientes de la sangre de tu propio corazón. ¡Yo sino teniendo mis ojos! ¡Mírame tan sólo!
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Se hundía en sombrías ensoñaciones y pronto empezó a comportarse de manera muy extraña, como nadie le viera hacerlo nunca. Todo, la vida entera se le había transformado en sueño y presentimiento: hablaba constantemente del destino de los hombres, que, creyéndose libres, no son más que los peones de fuerzas oscuras a las que sirven en sus juegos crueles; inútilmente tratarán de resistirse contra ellas; humillados, los hombres deberán aceptar lo que les depare el destino.
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"¡Y qué son palabras! ¡Palabras! La mirada de sus ojos celestiales dicen más que lo que pueda contener cualquier lenguaje articulado. ¿Necesita una criatura celeste encerrarse en el estrecho círculo del quejido humano que sirve para expresar nuestras necesidades?"
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En definitiva: miraba durante horas enteras fijamente a los ojos de su enamorado, sin levantarse, sin un gesto mientras su mirada se iba volviendo cada vez más cálida y más viva.
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¿Quién escribió la saga?