Mientras tú creas en él, existirá; su poder está en tu credulidad.
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Mientras tú creas en él, existirá; su poder está en tu credulidad.
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¡Consulta tu corazón! ¡Todavía estás a tiempo! ¡Ojalá que el recuerdo de ese gran olvidado no se cierna sobre tu dicha como una negra sombra, turbándola!
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[...] puede actuar de forma cruel, como una potencia diabólica que penetra en la vida de forma visible... pero sólo cuando tú mismo no seas capaz de expulsarlo de tu mente. Mientras sigas creyendo en él, existirá y actuará sobre ti. Sólo tu credulidad le otorga su poder.
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[...] no se veía más que el puro reflejo de su amor, y cómo incluso aquel dulce estremecimiento de miedo también había surgido de sus pechos anhelantes y enamorados, y cómo fue sólo la aparición del huésped siniestro, anunciada por aquellas voces espectrales, la que provocó en ellos el verdadero escalofrío.
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La Naturaleza, esa madre cruel, rechaza a sus hijos desnaturalizados, arroja de su seno a los espías curiosos que con mano temblorosa pretenden levantar sus velos; les entrega un juguete precioso y cautivador para, luego, volver contra ellos su propia fuerza destructora.
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No tema usted nada de un hombre inofensivo que la ha amado con todo el fuego y toda la pasión de un joven y que no supo que la había entregado usted su corazón y que, además, fue lo suficientemente ingenuo como para haberse atrevido a pedir su mano. ¡No!
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[...] en definitiva en sus rasgos imprecisos e irreconocibles no tenía nada terrible, no despertaba en ella ningún temor: tan sólo sentía vagamente, tras cada aparición, como si su interior se vaciara de ideas y flotara, incorpórea, fuera de sí misma, por lo que luego se notaba extenuada y enferma.
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[...] la amaba con la misma intensidad. Enseguida comenzaron ambos a rememorar todos los instantes en los que habían dejado traslucir su amor y, recordándolos, embelesados como dos chiquillos, se sintieron tan dichosos que se olvidaron de todos los contratiempos [...]
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[...] incluso el recuerdo de mi amada sólo me produce ese tenue dulce sentimiento doloroso que tanto bien hace a veces a nuestro espíritu.
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[...] aunque creyera verdaderamente que al desconocido mundo de los espíritus le está permitido mostrarse en acordes, en tonos, incluso en visiones que somos capaces de percibir, no me explico por qué la Naturaleza tiene que oponerse a nosotros, los humildes vasallos de ese reino misterioso, con tal adversidad, de forma que aquellas manifestaciones sólo nos produzcan miedo o un terror devastador.
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La edad de la inocencia