No puede ser: ¡triste suerte! ya es la tumba mi mansión: sólo de noche, por verte, vengo, burlando a la Muerte: ¡ve si es grande mi pasión! |
No puede ser: ¡triste suerte! ya es la tumba mi mansión: sólo de noche, por verte, vengo, burlando a la Muerte: ¡ve si es grande mi pasión! |
¡Ay! de mis penas más graves compongo breve canción, y agitando plumas suaves, va a posarse (tú lo sabes) en tu ingrato corazón. |
Las azules violetas ruborosas de su pupila, que serena brilla; las delicadas rosas de su fresca mejilla; las blancas azucenas de su mano: todo, para robarme dicha y calma, todo aún florece espléndido y lozano |
Mientras yo en tierras extrañas soñaba mil despropósitos, el tiempo se le hizo largo a la niña a quien adoro; cosió el vestido de bodas, y abrazó, cual dulce esposo, de todos sus pretendientes al pretendiente más tonto. Más hermosa cada día la veo, y admiro absorto las rosas de sus mejillas, las violetas de sus ojos; y esforzarme en olvidarla ha de ser -bien lo conozco- de todos mis desatinos el desatino más tonto. |
Tachábalo todo, injusto; no escuchaba a nadie a gusto, ni aun al amigo mejor. Esto recuerdo que fue en aquella época en que comenzó la gente, odiosa, a llamar "Señora de ..." a mi niña veleidosa. |
Si supieran las pobres florecillas cuán vivo es mi dolor, me ofrecieran, piadosas y sencillas, su aroma bienhechor. Si supieran los tiernos ruiseñores cuán grande es mi pena, dieran algún alivio a mis dolores cantando sin cesar. Si supiesen los astros en el cielo cuán hondo es mi sufrir, dejaran, para darme algún consuelo, su alcázar de zafir. Pero no saben ¡ay! la pena mía estrella, ave ni flor: sábela sólo quien desdeña impía mi afán y mi dolor. |
No me quieres, no me quieres, y soporto tu desdén; tu rostro de cielo miro, y soy más feliz que un rey. Me odias; de tus propios labios lo escucho: ¡cómo ha de ser! Deja que tus labios bese: y así me consolaré |
Cuando dulces y tranquilas me contemplan tus pupilas, se disipa mi aflicción; cuando, sin miedos ni agravios, tus labios das a mis labios, curado está el corazón. Cuando la cabeza inclino en tu seno alabastrino, el cielo siento bajar; cuando tu labio sincero exclama: ¡Cuánto te quiero! rompo entonces a llorar. |
¡Levántanse de su tumba los héroes; en Roncesvalles estalla tremenda lucha; allá cabalga Rolando; allá van las huestes suyas; allá va también con ellas Ganelón, que Dios confunda! |
Aquel poderoso hechizo olvidar no podré nunca: la oía por vez primera, y era su voz suave música que el pecho oprime, y los ojos con dulces lloros enturbia, sin que el alma se dé cuenta del bienestar que la inunda. |
Marinero en tierra