Espléndidos zafiros son tus azules, celestiales ojos: ¡Feliz, feliz el hombre a quien miren extáticos y absortos! Purísimo diamante, es tu fiel corazón, como no hay otro: ¡Feliz, feliz el hombre por quien irradie sus destellos todos! |
Espléndidos zafiros son tus azules, celestiales ojos: ¡Feliz, feliz el hombre a quien miren extáticos y absortos! Purísimo diamante, es tu fiel corazón, como no hay otro: ¡Feliz, feliz el hombre por quien irradie sus destellos todos! |
Hoy, un mal va de otro en pos; y por rendir testimonio de su importancia los dos, muerto, allá arriba, está Dios; muerto, allá abajo, el demonio |
Llamé al diablo, y vino al punto. ¡No fue pequeño mi asombro! no es, como dice la gente, feo, cornudo ni cojo. Es simpático, elegante, bastante joven, buen mozo, muy cortés, hombre de mundo, complaciente y obsequioso. Es, además, consumado político, y en sus ocios sobre el Estado y la Iglesia diserta con gran aplomo. |
Cuando con hondos lamentos les dije mis sufrimientos, nadie los quiso escuchar: hoy cuento los mismos males en renglones desiguales; y me aplauden a rabiar. |
Ambos se amaban, y ninguno quiso confesar su pasión; cual si enemigos fueran, se miraban, muriéndose de amor! Separáronse al fin; no más en sueños el uno al otro vio: estaban ambos muertos, sin saberlo ninguno de los dos. |
¿Recuerdas lo que decía la canción? Murió un doncel, volvió, y a la tumba fría llevóse a su amada infiel. Niña hermosísima, advierte lo que a recordarte voy: aún vivo, aún vivo, y más fuerte que todos los muertos soy. |
- ¡Cuál tu agitado corazón palpita, bellísima Sirena! - Si así palpita mi azorado pecho, si salta el corazón y arden mis venas, es, gallardo mortal, porque te adoro con ansiedad frenética |
¡Cuánta nube! En sus mullidos pliegues duermen las deidades; y en los orbes conmovidos, al compás de sus ronquidos, estallan las tempestades. |
Me han atormentado el alma, me han descolorido el rostro, los unos con sus cariños, con sus rencores los otros. Me han envenenado el agua que bebo y el pan que como, con sus cariños los unos, con sus rencores los otros. Pero la que me ha causado más tormentos, entre todos, ésa, ni jamás me quiso, ni me odió nunca tampoco. |
Te amé, y mi pobre corazón aún te ama; y aunque se hundiera el universo un día, de sus escombros la triunfante llama de mi insensato amor renacería. |
Marinero en tierra