Dos rositas son tus labios, tan amorosos y frescos; mas las palabras que lanzan llenas están de veneno |
Dos rositas son tus labios, tan amorosos y frescos; mas las palabras que lanzan llenas están de veneno |
Cuando tus ojos contemplo, huyen penas y dolor; mas cuando tus labios beso, hallo plena curación. Cuando en tu pecho descanso, siento un placer celestial; mas cuando dices: "¡Te amo!", amargo he de llorar. |
En sueños he llorado: soñaba que de mí te separadas; al despertar, larga y amargamente el llanto me anegaba. En sueños he llorado: soñé que mi amor aún te embargaba; al despertar, seguían a raudales afluyendo las lágrimas. |
Al separarse, las manos suelen darse los amantes y se deshacen en llantos y suspiros incesantes. Mas nosotros no lloramos ni lanzamos ayes, quejas; sólo más tarde llegaron las lágrimas y la pena. |
Mas ella fue la que mayor suplicio, irritación y pena me causó, porque ni amor ni odio nunca me profesó. |
¡Te amé y te amo todavía! Si el mundo se derrumbara, sobre sus ruinas las llamas de mi amor se elevarían. |
Un turbio anhelo me incita a adentrarme por lo montes y en lágrimas se disipan mis inefables dolores. |
Así que has olvidado por completo el tiempo en que reiné en tu corazón, tan cariñoso, hipócrita y pequeño, que con ninguno admite parangón. |
Tú no eres feliz; yo no me quejo... Amor mío, ¡seremos desgraciados! Mientras no muera el corazón enfermo, ¡seremos, amor mío, desgraciados! En tus labios retoza la ironía, la insistencia fulgura en tu mirada y el orgullo en tu interior palpita; eres, igual que yo, desventurada. Invisible el dolor, tus labios tiemblan; tus pupilas empaña oculto llanto; tu altivo corazón: llaga secreta. Amor mío, ¡seremos desgraciados! |
Por más que tenga el alma desgarrada, amor perdido, no me quejo yo. Pese a las joyas con que te engalanas, ningún rayo te alumbra el corazón. Ha mucho que lo sé: te vi en sueños, la noche vi que mora en tus entrañas, la sierpe vi que te devora el pecho y advertí que te sientes desgraciada. |
Marinero en tierra