—Es absurdo adorar a una diosa que solo sirve para darte órdenes —opinó la mercenaria—. Nada que te quite libertad para elegir puede ser bueno.
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—Es absurdo adorar a una diosa que solo sirve para darte órdenes —opinó la mercenaria—. Nada que te quite libertad para elegir puede ser bueno.
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No sabéis crear sin destruir.
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Keyko siguió recitando cómo aquella inmensa selva que era Mannawinard había brotado en el mundo de la noche a la mañana para cubrir casi toda la superficie de la Tierra, cómo había destruido ciudades, pueblos y carreteras, cómo en apenas unos días el mundo creado por los humanos había desaparecido bajo una espesa capa de vegetación, y el planeta había vuelto a adoptar el aspecto salvaje, primitivo y magnífico que debía tener en el principio de los tiempos, cuando las personas aún no caminaban erguidas. La joven describió cómo aquella explosión de vida auspiciada por la diosa Tara había multiplicado las especies animales y vegetales hasta extremos insospechados, cómo la naturaleza había vuelto a tomar posesión del planeta, cómo había demostrado con Mannawinard hasta dónde podía llegar su poder creador.
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El Canto de Mannawinard describía también cómo algunos de los supervivientes habían renunciado a los restos de su mundo tecnológico y a su modo de vida artificial para volver a la selva y vivir en el seno de la Diosa Madre, en armonía con la naturaleza, respetando el equilibrio de Mannawinard.
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Pero también, proseguía el Canto de Mannawinard, hubo muchos otros supervivientes que, incluso después de lo que había sucedido, se negaron a escuchar la voz de Tara; unieron sus fuerzas y se atrincheraron en ciudades-fortaleza, reunieron lo que quedaba de su tecnología y se dedicaron a desarrollarla…
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Desde aquellas ciudades, llamadas dumas, los urbanitas habían atacado con la esperanza de hacer retroceder aquella amenaza verde que avanzaba hacia ellos. Día tras día enviaron robots de combate, lanzaron bombas, envenenaron la tierra con todo tipo de sustancias tóxicas… igual que en los días antiguos.
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Y así habían nacido los Páramos, una gran frontera entre el mundo natural y el mundo artificial, que provocaron la Gran Tregua. Porque durante mucho tiempo, ni desde Mannawinard ni desde las dumas se atrevió nadie a internarse en aquel lugar desolado donde el aire era puro veneno.
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—Tara no es una diosa a la que haya que adorar —respondió Keyko sin alterarse—. Tara es la Tierra. Tara somos todos nosotros. Protegiendo a Tara, nos protegemos a nosotros mismos. Los urbanitas no queréis reconocer que si no hubiese aparecido Mannawinard el ser humano haría ya tiempo que se habría destruido a sí mismo.
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—Mannawinard es el mayor cataclismo de la historia de la humanidad. Hace cerca de cinco siglos una anormal explosión de… plantas asesinas… —Naturaleza y vida —puntualizó Keyko. —… plantas asesinas —repitió Kim sin hacerle caso—, destruyó gran parte de nuestra civilización. |
—Define «naturaleza» —pidió Adam. —Naturaleza es la obra de la diosa Tara —dijo Keyko—. Los dones de la madre Tierra. —Naturaleza es todo lo que no han creado los seres humanos —replicó Kim—. Naturaleza es caos, desorden, descontrol, peligro, amenaza. |
¿De qué nacionalidad es la autora?