Mentir me gustaba cada vez más, sentía que rezar y contar mentiras me daban el mismo consuelo.
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Mentir me gustaba cada vez más, sentía que rezar y contar mentiras me daban el mismo consuelo.
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Más bien, no me había separado de ella en absoluto, llevaba en la cabeza todas sus palabras, cada gesto, cada expresión de la cara, y no me parecían hechos que acabaran de ocurrir, sino que daba la impresión de que todo estuviese ocurriendo aún.
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Quizá en ese momento en alguna parte de mi cuerpo algo se rompió, quizá debería situar ahí el fin de la infancia
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Bastaba con mirar un solo instante a quien tuviese una cara bonita para descubrir que ocultaba infiernos no distintos de los que dejaban traslucir las caras feas y toscas. El esplendor de un rostro, enriquecido, entre otras cosas por la amabilidad, anidaba prometía dolor mucho más que un rostro opaco.
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En cuanto buscas las palabras, la lentitud se transforma en torbellino y los colores se confunden como los de varias frutas mezcladas en una licuadora. No sólo “el tiempo pasó” se convierte en una fórmula, sino que “una tarde”, “una mañana”, “una noche” también resultan indicaciones de conveniencia.
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En pocas palabras, ¿qué ocurría en el mundo de los adultos, en la cabeza de personas muy razonables, en sus cuerpos llenos de saber? ¿Qué los transformaba en los animales menos dignos de confianza, peores que los reptiles?
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de repente su fealdad me conmovió; es más, aquella palabra perdió sentido, se diluyó en el gorgoteo del agua. Lo que de verdad importaba era la capacidad de despertar amor, aunque fuéramos feos, aunque fuéramos malvados, aunque fuéramos estúpidos.
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Para empezar, descubrí que dentro de mí llevaba un vacío capaz de engullir cualquier sentimiento en un tiempo brevísimo
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El tiempo de mi adolescencia es lento, se compone de grandes bloques grises y de repentinas gibosidades de color verde, rojo o violeta. Los bloques no tienen horas, días, meses, años, y las estaciones son imprecisas, hace frío y calor, llueve y luce el sol.
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- Quizá sería todo menos complicado si se dijera la verdad. - La verdad es difícil- comentó con aire sufrido- Cuando seas mayor lo entenderás, es algo para lo que las novelas no bastan. Mentiras, mentiras, los adultos las prohíben y entretanto cuentan muchas |
"Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo" ¿El personaje de qué libro está hablando?