La vida mentirosa de los adultos de Elena Ferrante
Bastaba con mirar un solo instante a quien tuviese una cara bonita para descubrir que ocultaba infiernos no distintos de los que dejaban traslucir las caras feas y toscas. El esplendor de un rostro, enriquecido, entre otras cosas por la amabilidad, anidaba prometía dolor mucho más que un rostro opaco.
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