Por fin comprendo que el filósofo Rousseau tiene razón: valemos mucho más que ellos, porque nuestros corazones son más puros y más fuertes.
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Por fin comprendo que el filósofo Rousseau tiene razón: valemos mucho más que ellos, porque nuestros corazones son más puros y más fuertes.
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- ¡Aproximen solamente a los hombres y mujeres del pueblo! Maldición a los nobles, a los aristócratas y a los ricos todos.
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El pueblo, que cuando ninguna pasión le irrita, mira siempre respetuosamente esa reina suprema que se llama hermosura.
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Andrea, pareces una aldeana: ¿no comprendes que, asomándote así, te expones a que te abrace el primer palurdo que pase? Es necesario que te cerciores que nuestro coche está entre este pueblo como en medio de un río. Estamos en el agua, querida, y en agua sucia: no nos mojemos.
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Exacta alucinación - interrumpió el delfín -; conozco todos los instrumentos destinados a quitar la vida, y el que habéis descrito no existe: por lo tanto debéis tranquilizaros.
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¡Oh!, sí, sí; brama, vientos del Sur; ruge, tormenta; amontonaos, nubes espesas, y ocultad a la vista de todos los hombres el extraño recibimiento que hace la Francia a una hija de los Césares, el día que entrega su mano a su rey futuro.
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- ¡Una buena educación en verdad! - dijo Luis XV. - Vuestra majestad es sumamente bondadoso. - Y que os honra mucho, duque. - Me favorecéis demasiado, Majestad. - Me parece que Luis es uno de los príncipes sabios de Europa. - Así lo creo yo también, señor. - ¿Buen historiador? - Excelente. - ¿Geógrafo perfecto? - El delfín hace él solo planos que con dificultad haría un ingeniero. - ¿Tornea con perfección? - ¡Ah!, señor, ese honor no me pertenece, pues otro ha sido quien le enseñó. - ¿Qué importa?, el resultado es que sabe tornear. - Maravillosamente. |
¡Ah!, monseñor, así me sucedió una vez en el año de 1399, verificando un experimento con Nicolás Flamel, en su casa de la calle de los Escribanos, junto a la capilla de Santiago. El pobre Flamel estuvo a punto de perder la vida, y yo perdí veintisiete marcos de una substancia más preciosa que el oro.
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¿Y no prefieres mi amor - preguntó la joven torciendo convulsivamente sus hermosas manos-, y no prefieres mi amor a esos ensueños que ambicionas, y a esas quimeras que crea tu imaginación? ¿Y me condenas a la castidad de las religiosas, con la tentación del ardor inevitable de tu presencia?
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¡Pero eso no es amor!, ¡no es amor!
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?