Nunca me había preguntado lo que tantos se preguntan a una edad temprana y a lo largo de su existencia y cuando se aproxima la muerte: ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué yo, entre todos los posibles habitantes de los jardines infinitos del universo, había sido puesto en la Tierra, para qué propósito?
Estaba aquí para llenar el mundo de mi ser, llenarlo con la alegría de los sonidos más dulces y profundos que pudiera serenar.
Estaba aquí para probar la bondad de Dios con el simple acto de sentarme al clavicordio, con la simple bienvenida que el aire le daba a mi existencia, acompasar y acompañar la respiración del universo, con una imaginación que se desbordaba como un manantial, como un torrente, como lago y mar y océano.