La Navidad es una mentira que reúne a la familia alrededor de un árbol muerto cubierto de luces, una mentira tejida a base de conversaciones insípidas, cubierta de kilos de crema de mantequilla, una mentira en la que nadie cree.
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La Navidad es una mentira que reúne a la familia alrededor de un árbol muerto cubierto de luces, una mentira tejida a base de conversaciones insípidas, cubierta de kilos de crema de mantequilla, una mentira en la que nadie cree.
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Somos capaces de enviar aviones supersónicos y cohetes al espacio, de identificar a un criminal a partir de un pelo o de una minúscula partícula de piel, de crear un tomate que se conserva tres semanas en el frigorífico sin una arruga, de guardar en un chip microscópico miles de millones de informaciones. Somos capaces de dejar morir a gente en la calle.
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Yo pensé que si cada uno de nosotros acogiera a un sintecho, si cada uno de nosotros decidiera ocuparse de una persona, una sola, ayudarla, acompañarla, quizás habría menos en las calles. Mi padre respondió que no era posible. Las cosas son siempre más complicadas de lo que parecen. Las cosas son como son, hay muchas de ellas contra las que no se puede hacer nada. Eso es sin duda lo que hay que admitir para convertirse en adulto.
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A veces me parece que en mi interior hay un defecto, un cable invertido, una pieza defectuosa, un error de fabricación, no algo de más, cómo podría creerse, sino algo que me falta.
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¿A partir de cuándo es demasiado tarde? ¿Desde cuándo es demasiado tarde? ¿Desde el primer día que la vi? ¿Desde hace seis meses, dos años, cinco años? ¿Se puede salir de eso? ¿Cómo puede uno encontrarse con dieciocho años en la calle, sin nada, sin nadie? ¿Somos tan insignificantes, tan infinitamente pequeños, que el mundo continúa dando vueltas, infinitamente grande, y le trae completamente sin cuidado saber dónde dormimos? Esas son las preguntas a las que quería encontrar respuesta.
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Ahora sé de una vez por todas que no se pueden borrar las imágenes, ni menos aún las grietas invisibles que surgen en el fondo del vientre, que no se borran ni las evocaciones ni los recuerdos que despiertan cuando cae la noche o por la mañana temprano, que no se borra el eco de los gritos y aún menos el del silencio.
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Cuando en mi ficha llegué a la casilla "hermanos y hermanas", escribí cero con todas las letras. El hecho de expresar la ausencia de cantidad con un número no es evidente en sí mismo. Lo leí en mi enciclopedia de ciencias. La ausencia de un objeto o de un sujeto se expresa mejor con la frase "no hay" (o "ya no hay"). Los números no dejan de ser una abstracción y el cero no expresa ni la ausencia ni el dolor.
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Toda mi vida me he sentido siempre fuera, allí donde estuviese, fuera de la imagen, de la conversación, desfasada, como si fuese la única que oyera ruidos o mensajes que los demás no perciben, y sorda a las palabras que parecen entender, como si estuviese fuera del encuadre, del otro lado de un cristal inmenso e invisible.
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?