Yo estaba en pie, desamparado, convertido en un húsar a pie, es decir, en la más desgarbada de las criaturas.
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Yo estaba en pie, desamparado, convertido en un húsar a pie, es decir, en la más desgarbada de las criaturas.
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¡Qué ensueños formábamos nosotros, jóvenes alocados y borrachos de éxito! ¡Qué iba yo a bsrruntar aquella noche, mientras cabalgaba pensando que había sido el elegido entre sesenta mil hombres, que me pasaría la vida plantando repollos y ganando cien francos al mes! ¡Ay, mi juventud, mis ilusiones y mis camaradas!
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Un instante después se oyó un inmenso retumbo de trueno, el cielo raso se vino abajo en pedazos y, dominando el alarido de los españoles aterrorizados, escuché el griterío terrorífico de los granaderos de la columna de asalto. Lo escuché como en sueños, como en un sueño beatífico, y ya no oí nada más.
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Yo había visto tendidos en el campo de batalla diez mil hombres en todos los grados de mutilación física concebibles, pero aquel espectáculo me había afectado menos que el de estos dos cadáveres mudos, compañeros míos en aquella habitación envuelta en sombras.
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Todo el inmenso mundo parecía una cosa pequeñísima comparado con el amor que ardía en nuestras venas.
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Cada hombre debe procurar salir triunfante en las empresas de amor, y el que pierda la partida podrá encontrar algún consuelo en que quien lo venció sea un adversario cortés y atento.
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El buen soldado debe mantenerse siempre alerta en todas partes y en todo momento, cuando se encuentra en país enemigo.
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Un húsar alegre y gallardo tiene sitio en su corazón para el amor, mas no para una esposa.
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He visto muchísimas ciudades, amigos míos. No me aventuro a decir el número concreto de aquellas en que entré como conquistador, seguido del estrépito de cascos y de tintineos metálicos de mis ochocientos queridos malandrines peleadores.
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¿En qué año nace este personaje?