[...] Se sentía solo. Muy solo. La soledad elegida, decía, era bonita; la impuesta, un castigo.
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[...] Se sentía solo. Muy solo. La soledad elegida, decía, era bonita; la impuesta, un castigo.
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Necesitaba que alguien confiara en mi, pero quizá ese alguien debía ser yo por encima de todos los demás.
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Teníamos demasiado cosas en común como para que el cosmos no se diera cuenta y nos lo hiciera sentir en el estómago.
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Cuando uno se lame las heridas busca un rincón al que no pueda llegar la mirada de cualquiera.
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-¿Qué haces? -le pregunté. -Llevarte a la luna.
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Cerrarse no significa superar, significa no mirar.
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Lo odié durante un segundo como se odian esas cosas que sabemos que nunca tendremos.
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Estaba sentado en el umbral de la ventana, mirando hacia fuera con expresión de quietud. Me pareció que sonreía. Y sin saber por qué, yo también sonreí.
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Si algo aprendí en aquella época fue que el aburrimiento es una sensación caprichosa que desaparece si uno se empeña en que lo haga. Aprecié el silencio y aprendí a escucharme. Me di cuenta de que cuando una está bien sola, lo demás da igual.
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La soledad no depende de la cantidad de gente que te rodee.
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Gregorio Samsa es un ...