Más específicamente, a las familias que se querían. Y ella ni era familia ni quería serlo. Porque, ¿de qué valía desear algo que nunca se haría realidad? Era más seguro no desearlo. No quererlo. No pensar en ello. |
Más específicamente, a las familias que se querían. Y ella ni era familia ni quería serlo. Porque, ¿de qué valía desear algo que nunca se haría realidad? Era más seguro no desearlo. No quererlo. No pensar en ello. |
Estaba acostumbrado a ser el fuerte, quien resolvía todos los problemas, propios y de su familia, y quien llevaba toda la carga sobre sus hombros y se había ido a enamorar de una mujer que no admitía que nadie se inmiscuyera en sus asuntos. Que, de hecho, ni siquiera compartía con él la gran mayoría de sus asuntos. ¡Era exasperante! Y muy frustrante. |
Esas idioteces románticas no le pasaban a ella. Lo suyo era el sexo sin compromisos. Esporádico y elemental. Sin sentimientos de por medio. El amor era para los soñadores como su hermanastra. Aunque, antes de conocer a Jota, Índigo no había sido lo que se dice romántica. Más bien al contrario. Era como ella, realista. A ambas les había quedado claro de pequeñas que el amor no era saludable. Que dolía y corrompía. Que por él se moría y se mataba. Y también se mutilaba, pensó mirándose la mano izquierda.
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—[...] No es como tú —gruñó furioso. Con ella. Con él. Porque ya no era suficiente. Porque necesitaba más. Una mujer que lo desafiara y lo hiciera sentir vivo de nuevo.
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Y el universo se detuvo e implosionó, recordándole por qué se había enamorado de ella. Por su fortaleza de espíritu y su actitud rebelde. Por su autosuficiencia y su carácter pendenciero. Por la mujer que era. Y sería suya. |
¿Quién escribió la saga?